Sobre el futuro que ya es presente: de realidades y ficciones

Este artículo surge al escuchar sobre el dato que asegura que más de la mitad de los jóvenes de entre dieciocho y treinta años no tienen un objetivo claro en su vida, incluyendo una estadística similar que afirma que cada vez más jóvenes toman anti-depresivos. Estos datos se aplican a España, asustado por si me da por buscar a nivel mundial.

A mí me pilla más adulto con respecto a esa generación, pero la comprendo, pues he vivido el cambio del paradigma moderno, basado en la masificación de la tecnología de comunicación. Viví la época en que había novedades tecnológicas cada uno o dos años, pasando a presenciar un acelerón del que todos ya nos adaptamos conforme se postea la novedad. Tanta velocidad y prisas, ¿es bueno? Nuestro cerebro va evolucionando de generación en generación, pero ahora en una única generación de personas vivimos gran cantidad de cambios y… “experiencias”.

Para comenzar mi alegato, diré que somos víctimas del “Do it Yourself”, una relevación de responsabilidad hacia uno mismo. Somos los causantes de todo lo que nos suceda en la vida. De acuerdo, pero con esa premisa se nos culpabiliza hasta de situaciones que nos son ajenas. Mis temporadas pasadas como “Nini” fueron un infierno, pero porque así me lo han inculcado para que lo sienta. He escuchado incluso de cercanos que, si no trabajas, no tienes derecho a nada, que no debería ni votar ni opinar sobre política o sociedad. Irónicamente uno tiene más tiempo libre y puede informarse de la actualidad, y sin embargo no se te tiene en cuenta, surgiendo esas miradas automáticas de superioridad o desprecio, pasando por la clásica indiferencia que cambia de un día a otro si ya tienes trabajo. No les puedo culpar, así les han enseñado o han aprendido de verlo en su alrededor con los demás.

Todo esto provoca una sensación diaria de inferioridad y marginación, lo que explica bien ese dato sobre anti-depresivos entre los más jóvenes. Se ha creado una generación nihilista que se siente culpable sin tener toda la culpa de un problema que resulta nacional, si acaso no mundial. Somos gente invisible, pues no somos el problema de nadie. Nos dicen que nos busquemos la vida, que es lo que hay, pero aunque les expliques que puedes mandar más de cien currículums sin obtener resultados, no terminan de convencerse, siguiendo en sus trece de que algo haces mal, que no puede ser, que eso no es así...

Recuerdo cuando terminé mi época de estudiar encontré trabajo enseguida. Fue terminar de ese primer trabajo que encontré otro en menos de un mes. Dos años después ─en el 2008, ese punto clave─ presencié la primera señal del cambio cuando esa empresa, bastante grande, fue disminuyendo su plantilla, estando incluido en uno de esos múltiples despidos. Sin embargo, en apenas dos meses encontré otro trabajo. La gran empresa donde aprendí tanto dejó de existir. En este nuevo empleo me vi afectado por primera vez de cobrar menos del mínimo, de realizar horas de más y sin contrato. Cuando ya podían arreglárselas con uno menos, me dieron puerta como si nunca hubiese estado allí. Era la primera vez que vivía una situación así, incluso la primera vez que sentía que diariamente deseaba irme del trabajo o directamente no ir, tan acostumbrado a lo que debería ser de por ley. Qué ingenuo.

Sin embargo, a los meses de nuevo trabajaba. Aunque dicha empresa también cerró, y supe entonces que no era mala suerte, que algo sucedía. Años después, me pasé que si en cursos inútiles que ofrece el paro y trabajos precarios donde lo que produces y aprendes es casi anecdótico. Supe que algo iba mal, pero el hastío y el peso de “ser diferente” comenzaron a cegarme, quedando con la cabeza gacha durante ciertas temporadas. Me sentía horrible, un paria a pesar de haber hecho lo que me dijeron que debía hacer y que era lo correcto.

Es entonces que me pongo en situación de los que son más jóvenes. Ellos van con promesas mientras estudian, y al salir, hallan un vacío. Tienen la cabeza llena de ilusiones de un mundo donde todos tienen derecho a triunfar, contaminados por el tópico de película Disney, casi literalmente. Si apenas consiguen un primer trabajo digno, ¿cómo van a saber qué es eso? Se malacostumbran, y se quejan por lo que han oído o leído de otros, no por experiencia propia. Poco a poco hay más Ninis, pero son creados por las circunstancias de un problema enorme que aún nadie ha sabido —o querido— explicar con claridad. Se van encerrando en sí mismos, siendo felices dentro del ilimitado mundo de las distracciones que ofrece Internet o la nueva forma de hacer televisión, los videojuegos, o el permanente auge de las series. Nada de esto es malo pero tampoco bueno, es lo que es y se ha convertido en un estilo de vida. En cierto modo la película Disney se ve realizada, aunque sea en un aspecto más íntimo y, por lo tanto, secreto. La única suerte que tienen es que se tienen unos a otros, los únicos seres humanos que los comprenden porque viven la misma situación, compartiendo un ensueño colectivo a diario con juegos on-line, chateo, redes sociales, etc… sin llegar a asimilar que nada es para siempre, ajenos a conciencia sobre que tarde o temprano esa realidad inquebrantable se los tragará. De mientras, queda disfrutar lo que se pueda.

Somos generaciones estigmatizadas, víctimas de algún gran error ajeno del que no terminamos de identificar su procedencia. No obtenemos respuestas, no avanzamos, y esa incertidumbre carcome. No tenemos derecho a nada, y aunque consigas un empleo, sigues igual porque no es un trabajo digno a como citan las normas populares que nadie escribió pero que todo el mundo conoce. ¿Trabajas en X cadena de comida rápida? Qué mal está la cosa tío, te dicen, mientras que en el fondo ya te están etiquetando y definiendo. Los días pasan y son cada vez más oscuros. Para algunos ya lo son del todo, pues se oculta el dato sobre que el índice de suicidios ha aumentado. Sé que no se informa sobre ello para evitar una conducta espejo, pero sucede.

Como sedante ante el dolor e incógnita sobre el futuro personal, existe el entretenimiento, como he indicado antes. Me fascina a su modo el aumento sobreexplotado de ficciones de todas las índoles. Por ejemplo, ahora todo el mundo ve series. Siempre ha sucedido, pero ahora es un modo de vida que en el fondo me asusta, una especie de evasión auto-impuesta y constante que parece relacionada con el disgusto de nuestra propia vida; cuanto mayor es la infelicidad en nuestra vida diaria, más se consume entretenimiento o se practica cualquier tipo de ocio, pasando el deporte a esta categoría para grupos de personas hasta el punto de considerarse moda.

No pienso enarbolar el tópico de que la televisión o similar es mala, que es lo peor que existe y que corrompe a las mentes y por lo tanto a la cultura. No es tan sencillo de definir, y pensar así es entre infantil y acomodarse a no reflexionar. Me limitaré a ser un observador, como todo narrador debería ser, a un consumidor más dando una opinión a lo que observa y vive sin ninguna intención de imponer.

Comenzaré señalando sobre mi teoría sobre el origen de la ficción como entretenimiento. Antes que didáctica, fue evasiva. Los primeros seres humanos vivían bajo una presión de supervivencia que hoy en día es bastante difícil de imaginar. Sus comodidades fueron no pasar frío y tener el estómago lleno, siempre con el rabillo del ojo alerta ante el peligro de los otros depredadores. Surgió así el primer gran mentiroso, que exageraba la verdad para cosquilleo cerebral del resto; cuando no actuaba solemne y contaba una historia que bien podría ser real. Entre esos relatos del cuentacuentos primigenio (donde además se pueden incluir a los primeros músicos o creadores de ritmos), habían historias sobre tribus o manadas más desgraciadas, devoradas por fieras exageradas. Puede que en verdad el primer relato surgiese de una desinformación o rumor tergiversado, por lo que la esencia es la misma. El prehistórico iba entonces a cazar con esa historia en la cabeza, aliviado al saber que otros habían tenido peor suerte, o inspirados por la leyenda de un gran cazador imbatible que alimentó él solo a todo un poblado, viviendo una larga vida que, para el promedio de edad de entonces, era casi como un inmortal.

De ahí nacieron los primeros seres pensantes que deseaban ser historia. Milenios después, la televisión ha funcionado y funciona del mismo modo. ¿Quieres formar parte de la conversación de los demás? ¿Ocupar por un momento sus mentes? Participa en nuestros múltiples espectáculos de usar y tirar.

Y es que la ficción no deja de ser una mentira, y de la peor si no se tiene control, pues te puede transportar a otra realidad donde no existe ese futuro que tanto temes de a diario. Remarcaré de nuevo que la televisión no es peligrosa ni dañina ni parecido, pues, al igual que con Internet, depende del uso que se le de. Aunque, relegar la responsabilidad a uno mismo y a nadie más, ¿de qué me suena? Quizá la excusa sobre que de algún modo nos culturiza, es de los grandes placebos mejor inventados. Siempre recordaré la reacción de un amigo más joven cuando le conté que también existe la cultura basura, tomándolo como una ofensa. Esas reacciones sólo dan que pensar.

Una relación que no puedo evitar ver es, cuanta más presión y exigencia se nos solicita en la vida, más consumo de ocio se produce. Sin embargo, se exige realismo, de mis ironías favoritas cuando se trata de ficción. Cada vez se pide más realismo y veracidad en las obras de ficción, en la que sea. Parece como si la mente evolucione percatándose más y mejor de la falsedad de la ficción, exigiendo más certeza para poder creerse la mentira y evadirse del dolor existencial. Cuanto más elaborada esté la mentira, mejor para creerla y sucumbir a su placer, convirtiéndonos en otro que nada tiene que ver con nosotros mismos, ese ser tan lleno de responsabilidades. Y es que las primeras farsas ya son en el colegio, donde con compasión cruel no nos preparan para lo que se avecina, creciendo a base de decepciones donde alguna, digo yo, se podría evitar; somos seres que crecen y maduran a base de decepción. Lo raro es que sonriamos más de un día seguido.

De críos nos alimentan con colores e ilusión, nos prometen sueños o dejan que soñemos en libertad. Un buen año, de repente nos dicen que todo eso es irreal y estúpido, y que hay que ser adulto y responsable, gris y serio.

Qué acto más cruel. Es como cebarnos con la intención de comernos.

Es entonces que regreso a las generaciones menores de treinta años. Pienso en la ficción que consumen, en los autores e ídolos que les son ejemplo y… me desconcierta, pero porque no sé cómo va a ser su futuro. Si apenas sé cómo va a ser el mío que tengo cierta estabilidad, pues el suyo me es incierto del todo.

Tengo a varios autores que me mantienen los pies en el suelo o me dan golpes de realidad. Gente como David Foster Wallace o la filosofía en sí misma me hablan de la realidad, de los detalles que la complementan y que me ayudan a fijarme hasta mejorar como persona. Pero, las generaciones actuales, ¿a quiénes tienen? Pienso en los youtubers y me da escalofríos. En una actualidad en que prima la inmediatez, ¿cómo se toma a autores como Thomas Pynchon? Imagino una cabeza explotando, pero la realidad es que comenzarían uno de sus libros y se distraerían enseguida con otra actividad para después pasar a otra. Lo más realista es pensar que ni sepan de ciertos libros si acaso el “influencer” de turno no los recomienda.

Pienso en los escritores que se leen ahora y me doy cuenta que no desconectan de la ficción más mentirosa, pues las novelas juveniles actuales se asemejan a descripciones sobre una película. No es ningún complot para vender más o algo así, la verdad es que los nuevos escritores se crían con el cine antes que con las experiencias reales (de hecho yo he escrito novela como si de un cómic se tratase, tan criado por estos).

Un narrador es un observador y describe a partir de lo que conoce, ha visto y oído. Si todo su mundo se basa en la ficción encuadrada en pantallas, ¿cómo esperar leer con el tiempo a otro autor de la talla de los clásicos? Y es que éstos eran de una era pre-televisión, por lo que tenían más nociones de realidad, donde su entretenimiento y aprendizaje cultural relacionado con las historias seguía siendo leer, el boca a boca o el reunirse en grupo a contar cuentos y rumores.

Las influencias actuales son maestros de la mentira que viven en un mundo propio que es mentira, más exagerado en la época en que sólo predomina la televisión. Se sale cada vez menos de casa, y si se hace nos encerramos en el móvil. La realidad que dominamos al narrar se basa en relaciones no naturales, donde conocemos a personas que se esconden detrás de un avatar. Llega la hora de quedar en persona y vemos que el personaje es distinto, y algunos no soportan esa verdad, les duele, o incluso imitan entonces a sus avatares de la red, resultando entre extraño, inquietante o cómico ver esos comportamientos. Ciertos rasgos de la personalidad son sustituidos por la ficción/imaginación de otros; el humor ahora es más de “meme” o situacional ajeno (de temas graciosos que a otros les ha pasado o han dicho, en lo principal youtubers) y eso me incomoda, mientras que a las nuevas generaciones les es normal, por lo que será la norma.

De hecho el modo de imaginar es distinto, siendo limitado como digo a las normas de creaciones ajenas. Recuerdo que de niño imaginaba en plan dibujos animados, y hasta que no aprendí a imaginar situaciones factibles en imagen real, no comencé a madurar en ciertos aspectos. ¿Quién no dice que esa madurez tardía cada vez más común no se deba a esa capacidad limitada de imaginar? Estancada por la falta de experiencias reales en ese mundo lleno de personas feas comparadas con el famoso de turno, que dan entre miedo y respeto por culpa de poseer una imaginación exagerada, descontrolada y prejuiciosa.

Y es que veo que cada vez hay más frialdad con respecto a lo real. Los bebés que ya crecen con el móvil en la mano van a ser personas introspectivas e introvertidas, llenos de sentimientos ocultos y de un fondo al que sólo se podrá acceder si uno chatea con ellos, apareciendo el autismo tecnológico. Seremos uno con la máquina. La vista verá mejor de cerca, con lo que las actividades relacionadas con mirar lejos se complicarán a menos que se usen aparatos o robótica.

Habrá tal exceso de información que cada postura u opinión se podrá contradecir con un supuesto estudio o artículo. Todo pensamiento será rebatido al instante, y la gente será tan ambigua que cada vez se dejará llevar más. Por otro lado, existirá la verdadera indiferencia, pues tal cantidad de información ya nos está insensibilizando, importando más conseguir titulares del tipo “Mientras se estaba escribiendo este artículo, se ha extinguido otra especie animal”, por lo que será más una anécdota que una información que terminemos de asimilar como real. Se leerá cultura y noticias sólo para poder comentarlas, nada de concienciarse o alimentar el interior con y por gusto, porque en el fondo poco nos importará porque no terminaremos de tomarlo en serio del todo.

Los sucesos del mundo serán anecdóticos, y la gente que consume constantemente la anécdota acabará teniendo vidas como tal, lo que es peligroso cuando se trate de enfrentarse a un problema real que atañe a todos, a menos que me equivoque y tal golpe de realidad nos despierte al fin del sueño.

Como demostración, imagino a personas observando de lejos cómo se acerca una onda expansiva de un modo muy lento, casi imperceptible aunque demostrable, medio cegados, comentándola siempre con suposiciones, buscando por información para comprenderla y presumir al explicarla para otro, el cual contradice a su vez con la desinformación inconsciente que ha encontrado con su buscador de confianza… todos arrasados por la onda.

En resumen, somos unas generaciones de nihilistas involuntarios. Este hecho me preocupa desde hace tiempo. Sobre este artículo surgirá la clásica opinión que contradice, la que apoya, la que añade y la que se desvía. De nada servirá aunque opinen un millón de personas, todo seguirá igual y esto quedará como, bueno, una anécdota. Haremos como que nos concienciamos sobre el tema, pero la rutina de nadie cambiará. Mañana otro Día de la Marmota.

Por dentro ya sabemos las respuestas a muchas penumbras de la vida, y sin embargo no hacemos nada. De nada sirve leer y leer hasta ser el más sabio, pues si no se aplica nada cambia. Habrán existido sabios mejores que Sócrates o más inteligentes que Einstein, pero se quedaron vete a saber dónde porque todo lo sabían pero nada hicieron. El mero movimiento, por ínfimo que sea, ya produce acción, y la necesidad de escribir este texto ya me hace sentir y mentirme a mí mismo que estoy haciendo algo, lo que sea, que ya hago más que aquel que calló y se ocultó a la espera de una revolución o cambio que no llega y de la que en el fondo sabe que no participará por pura cobardía.

Da lo mismo la cantidad de palabras que escriba aquí, pero escribirlo demuestra esa parte de mí que considero real, que aclara que de ser mentira mis palabras, no podría haber elaborado un texto tan extenso lleno de relaciones. Se leerá, se pensará, se improvisará o no una opinión del momento y una anécdota más para la colección de las que llevamos en esta vida. La memoria archivará y comprobaremos que el mundo sigue dando vueltas, como cuando muere alguien.