Los ejercicios de memoria histórica deben incluir, con fines restaurativos y profilácticos, a colectivos estigmatizados, como el que conforman los aproximadamente 750.000 integrantes de la comunidad gitana española. En la primavera de 1991, bajo el referente de la a la postre efectiva expulsión vecinal de los gitanos en Martos, en el cercano pueblo de Mancha Real fueron saqueadas otras cinco viviendas gitanas en el curso de otra manifestación ilegalmente convocada tras el homicidio de un vecino a manos de otro, de etnia gitana.
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En este caso vemos, por tanto, como la sobrerrepresentación y la generalización de la culpa son errores inevitables cuando se rotula por igual a víctimas y victimarios en virtud de su identificación racial o étnica, cuando de una muerte no se culpa sólo al culpable, sino a todos «los suyos». Si los familiares gitanos de la primera víctima culpan a toda su familia y se vengan en el primer hermano que encuentran, los vecinos no gitanos, furiosos por el crimen, culpan a todos los gitanos y desean echarlos del pueblo. Insistamos por tanto en que, si desde una lógica individualista resulta aberrante que un hermano pague por los pecados de otro, no resulta menos absurdo culpar a la entera minoría gitana de los actos de unos pocos de sus miembros.
El problema de los gitanos no es racial, es cultural, son un colectivo problematico por su tradicion parasita y antisocial, se suele decir que no hay gitano bueno, pero todos conocemos a alguno que se adapta y no causa problemas y mira tu por donde, a ese gitano nadie lo quiere fuera por el hecho de serlo.
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