No es una fábula. Ni un cuento con final feliz. El hecho, aunque parezca inverosímil, es verídico, y fue protagonizado por dos hombres que llevan en sus genes uno de los vicios más arraigados dentro del pueblo vasco: apostar. Tanto Patxi como Xabier son asiduos a los festivales de pelota. Van de la ceca a la meca, con el ánimo de jugarse unos miles de euros. Van a lo suyo, a jugar. Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. «¡mil colorao!» o «¡mil azul!». No va más.
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- Caballero le apuesto 200.000 euros a que tengo los huevos cuadrados.
* Eso es imposible, acepto la apuesta.
- Tóquemelos y podrá combrobarlo.
* Ja! lo sabía, los tiene usted ovalados como todo el mundo. Deme esos 200.000
- En un momento señor, tengo que cobrarle a aquel hombre del fondo 400.000 €. Nos apostamos que no conseguiría que usted me tocara los cojones en dos minutos.