El relato de Abilio Estévez sobre la vida cotidiana de ese Bartleby clandestino es estremecedor, pues nos habla de un hombre que casi raya con el indigente. Un literato devenido en menospreciado traductor que se levantaba de madrugada para escribir y, cuando el día se echaba encima, “descendía hacia los abismos de la realidad con una jaba (bolsa) de saco, una cantina de metal y un frasco de medicina vacío”. El pomo de medicina era para el “café aguado” de la cafetería Las Vegas. En la cantina de metal le servían a Piñera unos espaguetis(...)
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No practiquemos el culto de los muertos,
¿acaso podemos pedirles
que practiquen el culto de los vivos?
La comunicación se ha cortado:
ni nos hablan ni nos oyen.
Hablemos pues con los vivos,
hasta que podamos.