La cultura de la cancelación. Una opinión

Hace muchos, muchos años, o a lo mejor no tantos cuentan algunos que lo vivieron (o eso afirman), que se podía decir lo que uno quería, que se podía transgredir, ofender e incomodar sin sufrir otra consecuencia que no fuera una cara larga, un ataque de rabia o simplemente una mirada de desprecio.

Como entonces no había Internet o si lo había no era lo que es hoy, la gente no se liaba a dar zascas, o a trolear a los demás o a ponerse en plan ofendidito.

La gente se comunicaba por carta, teléfono o charlaban cara a cara, y cuando vino el e-mail se utilizaba al igual que las cartas y los chats que vinieron después se hacían generalmente entre amigos y familia que ya se conocían, podía haber piques, pero éstos se solucionaban con unas cervezas en la tasca con los amigos.

¿Era realmente todo tan idílico? Yo por lo menos no lo recuerdo así. La gente entonces no se atrevía (y todavía no se atreve) a cuestionar a su superior, fuera este su jefe, su casero o su profesor.

Aunque los profesores actualmente han perdido el poder absoluto que antes tenían, siguen teniendo la potestad de dar grados injustos a sus alumnos en función de la simpatía o antipatía que les tengan. Y tienen el poder de mirar para otro lado en caso de que los chavales de tu clase te peguen una paliza en clase o fuera de ella o te hagan la vida imposible.

Lo mismo podemos decir de los jefes o caseros, que pueden pedirte lo que quieran, aunque después te llamen Pedro, Manolo o María, y utilicen el tú en lugar del usted.

Las jerarquías siguen existiendo y creo que quien no sea consciente tiene que hacérselo mirar o salir de su red social para observar el mundo con los ojos. El estilo coloquial en el habla no significa para nada que las clases sociales hayan desaparecido o que ya no haya jerarquías, ni "putos amos".

Los jefes y los caseros siguen puteándote como puteaban a tus padres y abuelos, con la única diferencia de que tienes menos oportunidades de tener tu propia vivienda de la que tenían ellos, y que aunque llegues a tenerla no será tuya, sino del banco, que dicho sea de paso, también te putea, aunque de una forma más sutil: poniéndote comisiones en una cuenta sin comisiones, cobrándote servicios que no pides,... En fin, qué te voy a contar que no sepas.

Cuento esto a raíz del vídeo de Rowan Atkinson (www.meneame.net/story/rowan-atkinson-on-free-speech-youtube) y a raíz de la aparición reciente en la red (2020) del término "cultura de la cancelación".

Que una persona tan privilegiada (estudió en colegios privados y viene de una familia adinerada - su padre estudió en Oxford, y tiene una granja y un negocio propio) como Rowan Atkinson califique la libertad de expresión como una de las cosas más preciadas del ser humano por delante incluso de tener un techo sobre la cabeza me parece hilarante, sobre todo porque seguramente no tiene ni idea de lo que es no tener un sitio donde vivir, ni amigos ricos que te alojen, claro está.

La justificación que da para tal afirmación es: "porque he disfrutado de la libertad de expresión en este país durante toda mi vida profesional y espero continuar disfrutándola".

Él de clase privilegiada espera poder seguir disfrutando de su derecho (o más bien privilegio) como lo ha hecho hasta ahora.

Critica además a aquellos que son solo intolerantes con la intolerancia, y los tacha de intolerantes: estableciendo una equidistancia entre la intolerancia y la tolerancia que es un primor. El análisis al respecto es hay que ser tolerantes incluso con la gente que es intolerante y nos quiere quitar nuestros derechos, como por ejemplo las clases privilegiadas.

También es curioso que hable no de su caso, sino de los casos de la gente que no se puede defender porque no tiene sus recursos (dinero y poder en forma de visibilidad pública) y ponga como ejemplos casos que los jueces han desestimado, gracias a la opinión pública.

Esos casos antes existían no solo en el Reino Unido por la sección 5 de la que él habla, sino también en España a través de monstruos legislativos como el de las injurias al rey: el que no me crea que busque en los diarios nacionales acusaciones de injurias al rey antes del 2000, hay varias decenas. Y esos son los que sabemos, hay muchos otros acallados, de la misma manera que se han acallado otras barbaridades de la corona y Juancar.

Además habla de la necesidad de ser responsable con la libertad de expresión, sin ser consciente de que esa responsabilidad se le exige exclusivamente a aquellos que no tienen recursos para defenderse, y que estos ya saben por experiencia cuando se tienen que callar: siempre o casi siempre. Sobre todo si uno quiere tener un trabajo y un techo.

Hemos visto desde el 2017 como gente que antes tenía una impunidad total para hacer y decir lo que quería por su dinero y su posición social y laboral ha sido destituida y condenada al ostracismo: productores, actores, cómicos, directores, periodistas,... Todos ellos de increíble renombre y notoriedad que ganaban en un segundo de su trabajo lo que una persona normal gana en diez años.

Y también hubo críticos de ambos lados: desde los que salieron a defender a los desterrados para ofrecerles su apoyo y condenar a las víctimas y acusarlas de victimarias; hasta los que decían que habría que condenar también a los que se dejaron comprar con su silencio, los que presenciaban lo que pasaba y no hicieron nada, y aceptaron dinero para callarse.

¿A qué viene entonces el término de "cultura de la cancelación" si las cosas, por lo menos para la gente de a pie no han cambiado tanto?

Viene a que ahora son las élites las que sufren esa mirada constante, ese escrutinio de sus actos y esa losa gigantesca que es el juicio de la mirada ajena. Casi todo el mundo tiene un móvil con conexión a Internet y sabe utilizarlos.

Es decir, la cultura de la cancelación ha sido un nombre creado por las élites para protegerse de la que les viene encima y detentar sus privilegios: el poder abusar de los menos afortunados con total impunidad.

Que no te engañen, la cultura de la cancelación siempre existió, lo que pasa es que antes solo se aplicaba a los más vulnerables e iba desde el "a mí no me respondas que soy tu madre y te pego un bofetón", hasta el "Gutierrez, aquí usted se calla porque se lo digo yo que soy el puto jefe, ¿estamos?".