El dilema del creador

Bajaban los rojos pétalos del afluente de la primavera de la ira, en un filo ahijado del amor, su padrino tocaba la nota del hierro vivo como el gallo qué canta al sol, cuándo un grito rompió la madrugada paró el herrero su son, ese día aunque saliese no brillaría el sol.

Un hombre sudado cruzó con un vetusto martillo una calle herida de baches de lluvia mezclada con la misericordia de la miseria, el silencio agobiaba el grito, ese extremo himno de la vida, esa señal inmortal fue la penúltima firma de un cuerpo que pintaba de dolor el suelo, finas hebras de pincel se bañaban en un incandescente manantial. Un hombre sentado con cara de enajenado florecía en vida como una rosa oscura en un campo santo, un mal hombre cargaba en su mano un filo vibrante, un objeto bañado de ultraje.

El cuchillo cayó al suelo como una firma al cuadro, no había nada que hacer, ya era muy tarde, el martillo acompaño la caída, cuando la súplica de muerte de un verdugo helo la sangre del forjador. Se quitó el cinturón y con su cuerpo que había templado cualquier cantidad de hierro, acero y metal, templó con sus manos a un asesino reducido a un niño llorón.

Agarró el cuchillo y lo lavó, vio su firma coagulada y dijo: " ¿Para ésto la celeridad de la compra matutina?¿Para ésto me has hecho trabajar?"

Entre sollozos el otro respondió: " Lo compré para cortar el pescuezo del cordero, no para causar ningún dolor, lo compré para honrar a los dioses y mirá ahora que deshonor"

El asesino rompió en llanto, y el herrero por dentro también lloró; en las noches largas de insomnio su secreto le quitaba el descanso, todas las armas largas de punta afilada con las que armó a sus conciudadanos, y de las que vió como fueron instrumento del horror, después de aquello pidió perdón a los cuerpos que juntos hicieron el impío cementerio de la batalla por culpa de su hierro; se fue a vivir lejos dónde el conflicto no llegase porque simplemente no había nada interesante que ostentar.

Juro no hacer un instrumento más de dolor, lo juró, que todo filo o herramienta que saliera de su taller fuera para la gracia del paisano y no del general, que no fuera su arte utilizado para nunca más acabar sin sentido el sueño de la vida.

El filo estaba bien trabajado, pulido para un sacrificio limpio, esta obra pecaminosa no era más qué su destino como forjador, al final el filo buscará algo que cortar, y ningún susurró del martillo, ninguna caricia de la mano a la cerámica, ningún pedazo de tinta y papel, ninguna obra de ningún creador está bajo su control.