El juego del capital

 El premio es dinero.

   Para conseguir el premio/dinero/supervivencia tienes que competir contra todos los demás; cuanto más competitivo seas -lo que no implica ser más justo, más fuerte o más inteligente, sino que quiere decir que busques la manera de ganar como sea, si es haciendo trampas también vale-, mejor te irá en el juego, más progresarás/ascenderás y más dinero ganarás.

   Los participantes son miembros del escalón más bajo de la sociedad, la clase que no tiene dinero/capital y por lo tanto para simplemente sobrevivir dignamente -tener una casa, mantener a sus hijos, ir al médico…- o intentar ascender socialmente -mediante la delincuencia clásica o la delincuencia de “guante blanco-, acaban endeudados o arruinados.

   No hay amigos ni compañeros, solo rivales a los que tienes que eliminar para progresar/ascender en el juego y conseguir un mejor premio, es decir, más dinero/supervivencia.

   Si te preocupas por el otro, si piensas en el otro, en sus circunstancias, en su dolor, en sus limitaciones, es decir, si te compadeces de el otro, estás perdido. Los demás dirán que eras “débil” y que mereciste perder.

   Si eres buena persona, estás perdido.

   Cuanto más “fuerte”, es decir, cuanto más psicópata, más despiadado, más individualista, más egoísta, más maquiavélico y más capacidad tengas de engañar y aprovecharte de los demás sin remordimientos y sin escrúpulos, mejor te irá, más progresarás/ascenderás en el juego y, por lo tanto, más dinero/supervivencia ganarás.

   Hay un patrón/director que es omnipotente y autoritario: te puede echar/eliminar cuando le de a él la gana sin tener que justificar nada.

   Las reglas del juego estresan a los participantes, les quita el sueño, los inunda de miedo y de desconfianza hacia los demás hasta el punto de que se vuelven más violentos y agresivos contra los otros y hasta contra ellos mismos, pues aquellos que no pueden soportar la dinámica psicopática del juego, a falta de ansiolíticos, antidepresivos o antipsicóticos que los “calmen” -que es lo que se toma en nuestra sociedad-, acaban escogiendo el suicidio.

   Para sobrevivir/ascender en el juego, los participantes acaban realizando conductas violentas y criminales que nunca imaginaron -tráfico de órganos, por ejemplo- porque al ser forzados a competir hasta el límite y a considerar a los demás simplemente como obstáculos que hay que superar, los cosifican, por lo que pasan de ser personas a ser fuente de ganancias monetarias, meros escollos en el camino para progresar/ascender en el juego y así ganar más dinero/sobrevivir. Los que son incapaces de volverse psicópatas y no lo pueden soportar, a falta de ansiolíticos, antidepresivos o antipsicóticos que los “calmen”, escogen el suicidio.

   El juego es creado por un grupo de ricos que son los que ponen/poseen el dinero/capital y por lo tanto acaban siendo “dueños” de la libertad y la vida de los participantes.

   La microsociedad en la que se desarrolla el juego, sus reglas y normas e incluso las fuerzas de seguridad que las mantienen, están creadas y regidas por hombres.

   Si llegados a este punto aún hay alguien que no ve que “El juego del calamar” es una metáfora del sistema capitalista es que tiene un problema de habilidades cognitivas y capacidad de razonamiento lógico; y si encima piensan que es una metáfora de un sistema socialista/comunista es que ya entramos en el terreno de la discapacidad intelectual.

   Todas estas premisas quedan prístinamente claras en el discurrir de la serie: tenemos el juego de las galletas de azúcar, en el que se realiza una actividad sencilla y trivial pero bajo una carga de estrés y presión desproporcionada puesto que si cometen el más mínimo fallo perderán inmediatamente su puesto de trabajo, es decir, serán eliminados; luego está el juego del puente de cristal, en el que uno de los participantes de repente tiene más poder que los dirigentes ya que tiene más conocimiento que ellos sobre el tema del que trata el juego, lo que le permitirá ganar y además salvar a sus compañeros -hacen comunidad, cooperan, y eso no suele gustar-, por lo que los jefes perderán o mejor dicho “dejarán de ganar” -en este caso el divertimento de verlos morir-. Para evitarlo y que todo siga igual, el patrón decide cambiar las reglas del juego sobre la marcha y así anular el poder que tenían entonces los participantes, obligándolos otra vez a competir egoísta e individualmente entre ellos. Incluso el mismo juego que da nombre a la serie es otro ejemplo claro: es un juego en el no hay ningún juego, solo competición entre dos participantes cuyo único objetivo es, por la fuerza, a base de empujones, lograr llegar a la cabeza del calamar dibujado en el suelo; no hay divertimento, solo un ganador y un perdedor.

   Pero dos capítulos están por encima del resto en lo que a alegoría de nuestro sistema social/laboral se refiere: el segundo y el sexto.

   El capítulo dos aniquila el concepto de libertad que tanto pregonan los neoliberales, el cual viene diciendo que en una sociedad capitalista cada uno tiene lo que se merece porque todos somos libres de estudiar, trabajar, emprender, esforzarnos más o menos, montar una empresa en un garaje, sacarnos medicina en Harvard, ganar un premio Nobel, convertirnos en adictos, delinquir, prostituirnos, alquilar nuestro útero, drogarnos, ser ricos, ser jefes o ser empleados, etcétera. Que el dinero de tu familia, ser hijo de Bolsonaro, la herencia, lo estructurado/seguridad de tu entorno social/familiar, el lugar en el que naces, la familia en la que naces, el capital relacional -eufemismo de “enchufes/contactos”- que tiene tu familia, etcétera, no influyen para nada en tu “éxito” personal y/o profesional, que todo depende de tu talento, inteligencia, esfuerzo y motivación. Sal de tu zona de confort y cómete el mundo, si no lo haces es porque no quieres o no vales, es lo que dicen ellos.

   En el juego del calamar todos los participantes son del estrato social más desfavorecido, ese del que dicen los neoliberales que puedes salir si te esfuerzas y emprendes mucho y así ascender socialmente a la siguiente clase más acomodada. ¿Por qué están ahí? Pues porque no tienen dinero ni "capital relacional y para conseguir vivir están todos endeudados. ¿Por qué están endeudados? Pues algunos simplemente para sobrevivir -vemos que hay un matrimonio normal y corriente de mediana edad-, otros porque a pesar de llevar toda la vida trabajando, ser muy inteligentes y haber estudiado, no han conseguido ese ascenso social que le decían que conseguiría fácilmente por ser tan inteligente y esforzarse mucho; otros porque se han visto abocados a acudir a las apuestas para conseguir ese dinero que el trabajo no le aportaba, otros porque han decidido no trabajar en trabajos precarios que los explotan por cuatro pesetas y se han puesto a delinquir, otros porque las mafias se han aprovechado de su situación de debilidad y precariedad y los han estafado para traerse a su familia de Korea del Norte.

El caso es que todos aceptan entrar en el juego para ganar mucho dinero y así librarse de las deudas, pero cuando ven que el juego es una atrocidad en la que, si pierdes una partida, te matan literalmente, deciden salirse. Son libres de escoger, como dicen los neoliberales. Y escogen irse de aquella pesadilla psicopática. Punto para los neoliberales y su dios de la la libertad, libre elección y la mano invisible que imparte justicia.

   Pero ¿qué pasa cuándo están en la realidad? Que el sistema los ahoga, los atosiga y los presiona porque tienen que pagar sus deudas; y si no tuvieran deudas, tendrían que pagar sus facturas, sus hipotecas -que es una deuda-, sus coches, sus teléfonos, sus televisiones, sus canales de televisión, sus hijos, su luz, su agua, su gas, su gasolina, su metro, su tren, su comida. En fin, lo que tenemos que pagar todos en este sistema en el que vivimos. Por lo tanto, al no tener dinero para pagar todo eso, se ven forzados a meterse de nuevo en el juego. Un juego en el que el estrés es máximo, la explotación es máxima, la cosificación es máxima, la alienación es máxima, el peligro es máximo, pero que es la única manera de poder pagar sus facturas. ¿Son libres de elegir entrar o no? Rotundamente No. ¿Es libre una persona de familia pobre de escoger estudiar medicina en Harvard o un máster en Garrigues? ¿de escoger un trabajo donde no lo exploten? ¿de ira aprender inglés a London? ¿de montar una empresa o de irse a una ciudad grande a buscar trabajo donde le cobren 1500 Euros por el alquiler? Rotundamente No.

   En el capítulo seis los participantes tienen que formar parejas. Por inercia, se juntan con aquellos con los que tienen más afinidad. Pero -como era de esperar- el juego les juega una mala pasada, valga la doble redundancia: tienen que competir con el compañero que han escogido. Esto implica que tienen que matar a su compañero, sin violencia, ganándole, pero en el fondo es un “matar o morir”.

De esto se deduce que en el juego/sistema que nos atañe no puede haber amigos, porque todos son rivales. Si eres “débil” y te compadeces de tu compañero, él te pisará y pasará por encima tuya, eliminándote. Si los dos sois “débiles” y decidís no jugar/competir para no hacer daño a vuestro compañero, los dos seréis eliminados. Si quieres sobrevivir en el sistema te tienes que adaptar y eso conlleva dejar de lado pensar en el otro como una persona, cosificarlo y así poder aplastarlo sin compasión para que poder ganar/ascender. Así, unos engañan, otros manipulan, otros se aprovechan de las debilidades del compañero, de su inocencia o su ignorancia; otros mienten, otros hacen trampas, otros cambian las reglas para su beneficio y otros simplemente se apartan del camino porque prefieren morir a perder la poca humanidad que aún albergan en su interior. El caso más extremo es el de un matrimonio normal y corriente -no sabemos por qué están ahí, pero puede ser para pagar su hipoteca, por ejemplo, o las deudas de los estudios de sus hijos-, que se escogieron el uno al otro como pareja. Así de cruel es el juego/sistema. Incluso te obliga a competir contra aquellos a quienes amas. Por supuesto, el superviviente de esa pareja acabó por suicidarse, no hay dinero que pueda atenuar esa locura.

   En fin, que “El juego del calamar” es en realidad “El juego del capital”: quien tiene el capital puede jugar con la vida de los demás, e incluso divertirse haciéndolo. Al resto solo nos queda participar para intentar sobrevivir, no somos libres para elegir no hacerlo, porque entre facturas y alquileres y comida, no nos queda otra que aceptar las condiciones que nos dan. O eso o morir. Nos dicen que nos esforcemos y así ganaremos, pero no es verdad. Nadie gana, porque por el camino, si no pierdes la vida, pierdes la humanidad.

   Pero ¿por qué organizan esos “juegos”? Al final, el rico más rico de todos dice que lo hacen por diversión, porque se aburren, porque no saben qué más inventar. Tienen tanto dinero que lo pueden hacer lo que quieran, y, además, les gusta hacerlo, les gusta esa sensación de poder. Por eso, aunque les sobre la pasta, no piensan en repartir ni aunque sea un mísero 1% de su fortuna para mejorar la vida de otros seres humanos, de sus conciudadanos, ni siquiera quieren pagar la parte de impuestos que les corresponde, y que así devolvería parte de lo que previamente extrajeron en forma de plusvalía de la piel de sus trabajadores explotados. Prefieren despilfarrarla y tener esa sensación de poder, control y dominio sobre otras personas, ya que, si se reparte, no podrían hacer ese tipo de juegos que los hacen ser omnipotentes: dioses psicópatas que dirigen la sociedad y manejan el destino de otros seres humanos.

   Es cruel, pero no tan alejado de la realidad.

   Hoy en día no tenemos -que sepamos- los juegos del calamar, pero existen muchas actividades y situaciones parecidas que podemos encontrar si nos paramos un poco a pensar y observar.

   Por poner un par de ejemplos así a botepronto y sin darle muchas vueltas, tenemos la industria de la moda y a la “alta cocina”. En la industria de la moda, un puñado de ricos se regodean gastándose miles de euros en trajes estrambóticos que fueron hechos por niños explotados en Bangladesh que trabajan por un euro al mes. Divertimento clasista para unos a base de esclavizar otros (niños incluídos). En la “alta cocina” los ricos pagan miles de euros por un guisante deconstruido “cocinado” por cocineros explotados con contratos precarios en los que trabajan mil horas al día y pueden ser despedidos al acabar la semana, y que cobran al mes lo que vale la mitad de ese guisante congelado en nitrógeno líquido acompañado en armonía musical con cebolla caramelizada del Himalaya y despreurizada en el vacío al cero absoluto. Otro divertimento clasista para unos que se nutre de la precariedad de otros.

   Parece mentira, pero vivimos en una sociedad no muy distinta a la que plantea la ficción de “El juego del calamar”, igual que tampoco está alejada de la que plantea “Los juegos del hambre”, “Elysium”, “Snowpiecer”, “Parasitos” o la maravillosa e injustamente infravalorada -quizás simplemente por no ser muy conocida- “Burnig”: ricos muy ricos aburridos que buscan estímulos que los hagan sentirse vivosy esa estimulación normalmente incluye ejercer poder y control despiadado sobre otros seres humanos, seres humanos pobres que no tienen alternativa, que no son libres, que se ven obligados por las circunstancias -y engañados- a participar/ser explotados por los ricos aburridos, los cuales gozan haciendo las atrocidades que les da la gana porque son inmunes, todopoderosos y desabridos.

   Es una realidad que existe, y lo peor es que la podemos cambiar… pero no queremos. Reflexionad sobre ello.