Hondonadas de mierda

La batalla ideológica, social y política está perdida cuando siguen saliendo hondonadas de mierda, tramas mafiosas que dejarían tiritando al mismísimo Mario Puzo, y pesan más los chalés, las denuncias sin pruebas de un ex-abogado o una Coca Cola en el bar del Senado.

Produce un cansancio atroz ver cómo en unos pocos años nos robaron esa poca conciencia social que nos quedaba a la clase menos pudiente, esa maravillosa ira que volvió a brotar iracunda en el culmen de la desgracia tras la crisis del 2007. Del 15M no queda nada o casi nada. Las calles están vacías desde mucho antes de la pandemia. Proporcionalmente, España es el segundo país con menos manifestaciones laborales de más de 10000 personas de toda la UE en los últimos 3 años. Es un dato terrible, porque, más allá de que se convoquen muchas o pocas, hay una cosa clara: las que se producen tienen una presencia mínima. El movimiento obrero nunca estuvo más atomizado y menos unido. UGT y CCOO siguen haciendo de los estertores de la Transición, una forma de vida. Que cada perrica se lama su pijica.

Hoy, la verdadera fuerza reaccionaria de este país, la cantera de la derecha, está entre aquellos que más sufren sus políticas. Todo vuelve a repetirse. Campesinos apoyando a Mussolini en los años 20, obreros de la industria simpatizando con el nazismo en los años 30, recolectores y jornaleros castellanoleoneses apoyando al ejército nacional en el 36, pobres votando a VOX, hoy. El eterno retorno nietzscheano, adaptado a la burda historia de un país que recelea de un pasado atroz.

No se ha sabido convencer. Hemos aprendido a avergonzarnos de lo que somos y sobre todo, de lo que queremos. Empezamos fuertes (aquellas primeras Europeas post 15M), creyendo efusivamente en lo imposible y acabamos plegados, conformados a lo posible, haciendo concesiones posmodernas en prime-time, más atentos a elegir la moqueta de los despachos de las torres de marfil parlamentarias que a pedir lo que es realmente justo y honesto. La izquierda abandonó a los que dejaron de creer en ella porque, sencillamente, nunca creyó en ellos. Ese paternalismo cool propio del que es hijo de obrero, pero nunca las ha pasado putas. La precariedad no se puede enseñar. Se vive o no se vive. Y no se puede entender, difícilmente puede otorgársele la importancia que merece, difícilmente puede solucionarse.

Convertimos la indignación social y de clase en un mercadillo de oportunidades bizantinas, obviando que ninguna injusticia puede quebrarse si no empezamos por lo más esencial. Feminismo, cambio climático, maltrato animal...todo tiene su origen en la desigualdad socioeconómica.

Y al otro lado están ellos, 40 años sin moverse un ápice. Ellos, que han sabido diluir la estulticia e igualar que un ministro orqueste una operación para robar información que mandaría a un presidente a la cárcel con la ayuda de un policía mafioso, con que un chaval de Vallecas haya perdido su esencia y se haya gastado 100 mil euros más de lo que debería en una vivienda para vivir con su familia.

Se han apoderado no sólo de la dicotomía legalidad-ilegalidad, sino también de otra que nos duele más, la de la dignidad-indignidad. Ellos pueden pasarse por el forro ambas. Nosotros no debemos tolerar ninguna. Y la moral solo tiene sentido si se rige por la memoria, y los patriotas nunca tuvieron memoria. Es un lose-lose. Cambiar el sistema dentro del sistema solo es posible cuando crees que el sistema deba cambiar.

Decía Hobsbawn que "el capitalismo no se cimenta sobre la ruptura de los derechos sociales, sino sobre la ruptura de la empatía obrera". Pues nada, dicho y hecho, porque comenzamos a estar hartos, muy hartos. De los que pueblan este país. De los pobres que votan derechas (más que de los ricos, que tiene miga eso, oiga). Y lo que es peor, de los que dicen representarnos. Que sigan cayendo hondonadas de mierda, da igual. La batalla está perdida. O tal vez, ni tan siquiera llegó a comenzar.