El partido republicano. Y ahora qué.

Pues al final se ha llegado más lejos de lo que se pensaba. En breve Biden será proclamado presidente, pero lo que hemos visto hoy, con tronados asaltando el capitolio, tocados con cuernos (Yellowstone Wolf, I love you) y banderas confederadas, es berlanguiano. Dudo mucho que el estadounidense medio (o culto) conozca a Berlanga o a Valle-Inclán como para ver lo risible de todo esto, así que creo que hoy estarán por allá entre la alarma, el pánico y sobre todo el bochorno.

Biden va a tener que recomponer muchas heridas, pero va a gozar de un mandato sólido, con mayoría en ambas cámaras y con un respaldo mayoritario de la sociedad estadounidense. Pero, ¿qué va a pasar con el partido republicano?

Por mucho que mañana todos los cargos renieguen de Trump, no hay que olvidar que la mitad del electorado republicano cree que les han robado las elecciones. Y un tercio aproximadamente no se diferencia mucho de los que hoy han montado este follón. Son los herederos del tea party que con la Fox como altavoz llevan años marcando el paso del partido. No es tan fácil romper con el bicho que han creado durante décadas.

Porque hubo un tiempo no muy lejano en el que los republicanos eran el partido que ganaba en el norte favoreciendo la industria y los demócratas eran el partido del sur rural y racista. Hasta que los republicanos la cagaron bien (crack del 29) y el demócrata Roosevelt ganó 4 elecciones girando el partido a la izquierda, pero sin dar derechos a los negros, para tener contento a su granero de votos sudista.

Ante esto los republicanos se escoraron a la derecha con Eisenhower, y con Kennedy y Johnson y la reacción conservadora de Nixon se establecieron las tendencias actuales de voto.

Pero Nixon hizo más; era un canalla sin decencia que quiso tomar muchos atajos, solo que la sociedad conservadora de entonces no estaba programada para perdonarle sus pecados en aquellos años.

Volvió el GOP (los republicanos) al poder en los 80, con Reagan y Bush, pero fueron desalojados por sorpresa (para ellos) por Clinton, y aquí se empezó a ver que algo había cambiado; la pérdida del poder hizo mella.

Empezaron a trampear de una manera que no se había visto por lo menos desde 1876 (las elecciones de ese año fueron de traca), con bloqueos en las cámaras, filibusterismo, gerrymandering descarado, colocación de jueces en puestos clave, propaganda a tope y todavía más victimismo, destrucción de las entidades federales y promoción de las desigualdades....

Una joya de programa. Y así se fue también radicalizando su base, cada vez más a la derecha hasta que surgieron primero el tea party y después Trump, un absoluto cínico dispuesto a aprovechar al máximo la demagogia.

Nadie en cuatro años dentro del partido le ha parado los pies porque nadie quería ir contra el monstruo cada vez más grande y amenazador. Romney ha sido el único de peso, por eso se ha permitido ser el más duro ahora que cambian las tornas. El ya vuela muy alto y se lo podía permitir. Pero hasta hace 24 horas, McConnell, el líder del partido en el senado, ha estado usando el libro de trucos sucios para medrar. Y gente con el peso de un Ted Cruz, estaba siguiendo la estrategia trumpiana del fraude cuando empezaron a derribar vallas a unos metros de las cámaras.

La regeneración no es fácil cuando llevas 50 años jugando sucio y encima le has cogido el gusto. Y más tu afición. Un riesgo muy real es el de la escisión. En 1912, el GOP, que era hegemónico desde Lincoln, nominó a un candidato que no era del agrado de Teddy Roosevelt, por lo que se presentó él mismo como independiente. El resultado, 8 años de gobierno para el demócrata Woodrow Wilson.

No va a ser sencillo un cambio de timón. Y además, Trump va a usar su influencia en el ala derecha (y más exaltada) del electorado para tratar de retener el poder en el partido. En ello le va la vida, porque va a pasarse cuatro años pisando juzgados y la cárcel es algo muy real. El sistema federal de justicia y el FBI tienen material más que de sobra, y ganas para qué contar.

Pero sea como sea, en escisión o en comunión, en las próximas décadas el partido va a tener a un ala que no soporta a Trump y a otra que lo adora. Muy difícil que quien salga ganador de esta charca de pirañas pueda competir con unos demócratas que están tan unidos como con Obama.