Tres maestras y un enfermero

Estábamos comiendo el otro día tres maestras, un enfermero y un servidor que aquí escribe. Las tres maestras trabajan en colegios públicos desde hace más de 25 años, una en un pueblecito de Toledo, otra en Galicia y la tercera en un colegio de un barrio de Madrid de esos en los que no puedes ni soñar con comprarte un piso. El enfermero también acumula sus más de 25 años de trabajo a pie de calle en su centro de salud, también de otro pueblo de Toledo.

Entre todos, la acumulación de experiencia directa de tratar con gente de todo tipo es abrumadora. ¿Quién conocerá mejor a la gente que el enfermero, curando todo tipo de heridas y dolencias? Brechas, forúnculos y puñaladas, ha visto de todo. Las maestras no solo acumulan su experiencia con alumnos propios, sino la derivada del trato con el resto del personal de los colegios por los que han pasado. No es algo baladí, barríamos entre todos ambientes muy distintos.

Así que pensé que qué mejor momento para hacer una pequeña estadística. No hay datos suficientes como para que lo publique el INE, pero estaba claro que era una muestra social de enorme valor narrada de primera mano por los interesados. No había cámaras ni intereses creados y todos somos amigos, no hay razones para mentir. Por tanto pregunté: ¿cuántos casos de violencia doméstica habéis visto en vuestra carrera profesional?

La respuesta me dejo atónito: las tres maestras contestaron que ninguno. Yo insistí: ¿seguro? ¿Ni tampoco conocéis casos que hayan ocurrido en el aula de un compañero? Seguro, me dijeron. El enfermero, por el contrario, contestó que dos: en uno de ellos de violencia de un hombre hacia su mujer y el otro, por el contrario, un apuñalamiento de una mujer a su marido.

Yo, que estoy en un entorno universitario, nunca he visto discriminación ni violencia machista a mi alrededor. Jamás, ni siquiera en conversaciones íntimas con profesores amigos míos he escuchado, ni de broma, nada que resuene a machismo. No es que lo reprimamos, es que no existe. Pero siempre pensé que mi experiencia, aunque también pesan en mis espaldas mis más de 25 años de trabajo, no era muy significativa, debido al presunto "selecto ambiente" en el que me muevo.

Pero si el problema de la violencia doméstica tuviese el calado que nos dan a entender los medios de comunicación, ¿no debería ser algo cotidiano para estas personas encontrarse con múltiples dramas familiares? Muchos de ellos, tal vez, se intenten ocultar, pero algunos deberían necesariamente salir a la luz. Los niños son inocentes delatores que lo cuentan todo, cuando no con sus palabras, con sus expresiones y con su cuerpo. Las maestras están más que al tanto de lo que ocurre en su clase y detectan un divorcio antes incluso de que los padres sepan que van a divorciarse. Los enfermeros deberían estar habituados a curar las heridas de mujeres maltratadas.

Conozco, sin embargo, a personas en paro, a amigos que han sido desahuciados, a gente con trabajo a tiempo completo que no llega a fin de mes, a multitudes de jóvenes en paro o en precario de todas las procedencias, algunos de ellos de increíble brillantez. Sé de primera mano de ancianos engañados con las preferentes. Conozco a gente que se ha ido de España para descubrir que fuera se puede ganar un buen salario investigando o programando y además tener un horario digno. Sé de sitios donde una mujer que da a luz tiene un permiso por maternidad que le permite tener más de seis meses de lactancia. Donde el salario mínimo o la jubilación no producen el sonrojo que producen aquí.

Te animo a que hagas el experimento a tu alrededor. ¿Conoces a un médico, enfermero, maestro o similar? Pregunta y saca por ti mismo tus conclusiones.