Los usos incorrectos del "sexo biológico"

por Katrina Karkazis

Ya sea para entrar al ejército o realizar papeles de identidad, o participar en competiciones deportivas, la categorización de los cuerpos acorde al "sexo" es central en la organización de la sociedad. Saber quién es categorizado como mujer y quién como hombre puede parecer une cuestión simple, pero hacer una determinación del sexo es considerado, desde hace tiempo, como algo lejos de ser sencillo.

Durante un siglo, los científicos estudiaron una variedad de características humanas que conforman nuestras ideas de lo que significa ser hombre o mujer, intentando encontrar un indicador biológico del sexo que sea único y definitivo. Los cuerpos perturbaron estos esquemas, y surgieron categorizaciones socialmente insostenibles. Si las gónadas eran vistas como la esencia del sexo, entonces las mujeres que eran fenotípicamente femeninas pero tenían testículos eran hombres<1>. Esto parecía ilógico, así que los científicos propusieron otros criterios. Incluso cuando debatían qué rasgo biológico (o qué combinación de rasgos) señalaba su esencia, los científicos entendieron que el sexo era biológico e involucraba multiples, aunque contestados, factores.

La comprensión científica contemporáneo del sexo y su relación con el género fue grandemente influenciada por el trabajo del psicólogo John Money, de la Universidad John Hopkins, iniciado en los años 50. Junto a varios colegas, Money complicó todavía más la aproximación al sexo al identificar una variedad de factores biológicos y sociales. Los cromosomas, las gónadas, las hormonas, y la morfología genital externa e interna fueron consideradas junto a factores sociales como el sexo asignado al nacer o durante la crianza, y los roles de género y la orientación sexual. Sus ideas ganaron impulso, y los científicos y los profesionales médicos eventualmente aceptaron el sexo como intrínsecamente complicado: que sus "variaciones" son múltiples, se presentan en más de dos versiones, y que ningún factor biológico es determinante.

Desde entonces, la investigación científica ha expandido el rango de variables que producen el sexo. Por ejemplo, otrora se decía que el cromosoma Y desencadenaba el desarrollo de los testículos en el feto. Después los investigadores mostraron que un gen llamado SRY, localizado en el cromosoma Y, "empujaba" a las células madre del embrión a convertirse en testículos. Ahora sabemos que hay genes activos implicados tanto en la determinación de los ovarios como de los testículos a lo largo del genoma, y no restringidos a los cromosomas X e Y. Como ha señalado la bióloga Anne Fausto-Sterling, "[A]quellos que buscan en la biología una definición del sexo y del género de fácil uso poco podrán consolarse con los resultados más importantes [de la investigación científica]."

Si lo que sabemos del sexo es su multiplicidad, esto introduce un problema: ¿qué factores usar al categorizar y definir el sexo? Las autoridades políticas que formulan categorizaciones y definiciones sexuales se basan ampliamente en características biológicas para fundar la pertenencia a uno u otro grupo. Los factores biológicos tienen atractivo y poder, ya que hacer referencia a la "biología" y a la "ciencia" le otorga apariencia de neutralidad, y por lo tanto de objetividad, a cualquier rasgo o combinación de rasgos sugerida. Pero las definiciones biológicas del sexo contradicen nuestro conocimiento de que el sexo conlleva múltiples factores, biológicos y sociales. También contradicen el trabajo de las ciencias sociales que complica la idea de que el sexo es biológico mientras que el género es cultural; el sexo, tanto como el género, es culturalmente contingente y producido. Como indica J. R. Lathan, el "sexo" no es una característica estática, discreta, ni estrictamente biológica al punto de existir antes de las relaciones y prácticas que lo producen. La historiadora de la ciencia Sarah Richardson, por ejemplo, ha mostrado cómo los científicos "sexualizaron" los cromosomas X e Y al pasar por encima de las inconsistencias y ambigüedades entre los dos en sus investigaciones, para elevar hallazgos que se alinean con las ideas genéricas sobre las diferencias biológicas entre los sexos.

Las decisiones sobre qué rasgos o conjunto de rasgos se usan, bajo qué combinación, y para qué objetivo están inextricablemente ligadas a por qué la categorización sexual existe, y a qué o a quién le sirve. Lejos de ser neutrales y objetivas, las clasificaciones y las definiciones sexuales reposan sobre normas culturales de las relaciones "apropiadas" entre sexo, género y sexualidad, y trabajan junto al poder para sostener normas y objetivos sociales, tanto como jerarquías sociopolíticas que determinan oportunidades, dereches, y privilegios.

De manera nada sorprendente, existe una larga historia de usar —y usar incorrectamente— criterios biológicos discretos para determinar el sexo, y en consecuencia incluir o excluir de ciertas categorías a ciertas personas. Justo este año, la administración del presidente Donald Trump empezó a requerir que el personal militar sirva "en función de su sexo biológico", que definen como "el estatus biológico de una persona como hombre o mujer, basado en cromosomas, gónadas, hormonas y genitales" (tratándolos como si fueran congruentes). Mientras tanto, en un memorando filtrado, el Departamento de Salud y Servicios Humanos propuso establecer una definición legal federal del sexo "sobre una base biológica que sea clara, basada en la ciencia, objetiva y fácil de controlar". Usando criterios del principio del siglo pasado, el Departamento de Salud sugirió definir a los individuos como "o hombre o mujer, sin posibilidad de cambio, y determinado por los genitales con los que nace la persona", y en otra definición aún, como "hombre o mujer basado en características biológicas inmutables, identificables al momento, o antes, de nacer".

Para muchos, estos métodos de categorización propuestos son claros y de sentido común. La definición del sexo del ejército de los Estados Unidos reposa sobre la designación sexual inscrita en el certificado de nacimiento, que se basa probablemente en un vistazo a los genitales al momento de nacer<2>. Pero su definición del sexo biológico incluye "cromosomas, gónadas, hormonas, y genitales"— es decir, las cuatro características juntas. Una persona con genitales considerados típicamente femeninos y con cromosomas XY puede ser clasificada como mujer si se usan los genitales como indicador, pero como hombre si se usan los cromosomas. La definición sugerida por el Departamento de Salud parece dar prioridad a los genitales, pero aún así también asigna un papel a los cromosomas.

La ciencia no alimenta estas políticas; lo hace el deseo de excluir. Esta manipulación intencional del sexo usa oportunísticamente la idea de "sexo biológico"—que otorga una pátina de ciencia y por lo tanto de racionalidad a cualquier definición— para quitar de ciertas categorías a ciertos individuos fundándose en la intolerancia. Un resultado es la nulificación de las protecciones dadas por la novena enmienda que fueron expandidas bajo la administración Obama— leyes aplicables a personas transgénero y personas con ciertas diferencias del desarrollo sexual, que sirven en el ejército o que buscan protegerse de la discriminación.

El uso de la administración Trump del "sexo biológico" tiene paralelos en el deporte de élite internacional. "El sexo biológico... debe prevalecer", tronó un responsable de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF), en el contexto de una rencorosa batalla que dura ya décadas, sobre las políticas de verificación de sexo usadas para determinar qué mujeres pueden competir en la categoría femenina <3> . El uso del "sexo biológico" por la IAAF es un ejemplo de cómo el poder, y no la ciencia, dan forma a las categorizaciones sexuales. En los años 60, se verificaba a las atletas con exámenes físicos; en los años 70, tests cromosómicos fueron usados. Para 2011, los tests sexuales se centraban exclusivamente en la testosterona (T), y cualquier mujer con niveles de T mayores que los niveles típicos y naturalmente existentes no podía competir en la categoría femenina <4>. El razonamiento para esto reposaba en el supuesto rol de la T en el rendimiento deportivo: se decía que altos niveles de T daban a algunas mujeres una ventaja "masculina" sobre sus competidoras. La solución: o las mujeres bajan sus niveles de T, o abandonan las competiciones deportivas. Sin embargo, los datos no apoyaban la afirmación en la que se fundaba las regulaciones: que una mayor concentración de T mejora necesariamente el rendimiento atlético <5>.

La IAAF trató de crear un nuevo indicador biológico, tomando una combinación de cromosomas y de órganos reproductivos internos, y anunció un nuevo tipo de categorización, que fue designado como "sexo deportivo" [sport sex]. Esta es una categoría de sexo relevante en un único contexto: el deporte de élite. Mujeres con altos niveles endógenos de T pueden ahora competir— siempre y cuando tengan una combinación específica de cromosomas y de órganos reproductivos. La exclusión está basada en el origen de la T endógena, en vez de los niveles de T per se <6>.

Las regulaciones más recientes sobre la T han sido diseñadas por las autoridades como el final de una larga búsqueda por unos criterios estrictos y deterministas para la inclusión en la categoría femenina— es decir, la verificación de sexo. Pero solo cuando la T no pudo mantener el papel que se le atribuía, se volvieron a crear su propia e idiosincrática definición del sexo biológico para mantener a las mujeres con rasgos sexuales atípicos fuera de la categoría femenina. Mientras que el interés de la IAAF por los cromosomas y las gónadas era un método de denunciar que algunas mujeres no eran "realmente" mujeres, ahora también intentan cimentar esta noción considerándolas incorrectamente como "hombres biológicos".

Los debates sobre el sexo suelen ser representados falsamente como un debate entre argumentos científicos y argumentos culturales, en donde los primeros, al estar fundados en la biología, son vistos como ligados a la naturaleza y por lo tanto como verdaderos, mientras que los últimos son vistos como salidos desde una especie de La la land posmoderno. Los partidarios de la regulación de la T, por ejemplo, han argumentado que los críticos de estas políticas no entienden, o peor, oscurecen los hechos científicos sobre el sexo. Sin embargo, esta caracterización sobre quién se aferra a la ciencia es profundamente errónea. Aquellas personas que cuestionan las visiones simplistas del sexo —entre ellas, los científicos— son difícilmente acientíficas, sino más bien agudas observadoras de la ciencia de la biología del sexo y del peculiar control de acceso a ciertas categorías como, por ejemplo, soldado y mujer atleta de élite. Esto no es un caso de ciencia versus construccionismo social, como argumentan algunos; es sobre el uso calculado del "sexo biológico" para reforzar una corriente de pensamiento obsoleta sobre el sexo.

Hace años me pregunté, "si uno postula cuerpos (incluyendo genitales, gónadas, cromosomas, y hormonas), ¿qué más nos aporta la palabra sexo?... El cuerpo como hecho material nos es dado, pero el sexo no." Ya es hora de que veamos el sexo no como una propiedad esencial de los individuos sino más bien como un conjunto de rasgos biológicos y de factores sociales que se vuelven importantes únicamente en ciertos contextos, como en medicina (e incluso entonces la complejidad persiste). Al tratar tipos de cáncer, por ejemplo, lo que importa es saber si alguien tiene próstata u ovarios, no cuál es su "sexo" per se. Si el tema es la reproducción, lo que importa es si uno produce espermatozoides u óvulos, si uno tiene útero o apertura vaginal, y así sucesivamente. Para los lugares donde no está claro qué papel juega la designación sexual, podríamos cuestionar si se necesita por completo. Hacer esto podría llevarnos hacia una mejor ciencia, mejores sistemas de salud, y, especialmente, menos sufrimiento.

Katrina Karzakis, antropóloga, Global Health Justice Partnership, Universidad de Yale.

Artículo publicado originalmente el 23 de noviembre de 2019 en The Lancet. Enlace. Traducción: un servidor.

Notas:

  1. Por ejemplo, las mujeres con Síndrome de insensibilidad completa a los andrógenos. Ndt
  2. Método que conlleva un claro prejuicio para las personas intersexuales, personas que nacen con características sexuales inclasificables en el sistema binario hombre/mujer y que muchas veces son "corregidas" (a base de operaciones y mutilaciones) para adaptarse a esa norma. Ndt.
  3. No hay regulaciones sobre qué hombres pueden competir en la categoría masculina; no ha existido nunca, ni siquiera hoy con el caso de las personas transgénero, ninguna restricción sobre qué criterios de masculinidad o de hormonas hace falta cumplir. El control de los cuerpos se opera únicamente sobre los cuerpos femeninos. Ndt
  4. Por "típicos y naturalmente existentes" entiéndase los de las mujeres cis blancas. No hay que olvidar los componentes racistas de las regulaciones sobre las mujeres, que consideran a las mujeres de otras regiones como "demasiado masculinas" a causa de sus diferencia respecto a la visión occidental de la feminidad. Ndt
  5. Un ejemplo, este análisis a gran escala que no encuentra ninguna ventaja en el rendimiento deportivo en hombres para todas las pruebas olímpicas, y para la mayoría de las pruebas en mujeres. A pesar de que las disciplinas donde los niveles de testosterona en mujeres parecen correlados a un mejor rendimiento son pocas (y la lista es realmente random: 400m, 400m vallas, 800m, lanzamiento de martillo y salto con pértiga), los investigadores concluyeron que la testosterona daba una ventaja a las mujeres. Evidentemente, han tenido que rectificar, diciendo que solo habían encontrado una correlación random y no una auténtica relación de causalidad. Ndt.
  6. A pesar de todo, la IAAF ha decidido manter sus regulaciones sobre los niveles de T. Véase este reciente noticia. Ndt.

Un último detalle. Estoy dispuesto a escuchar otras opiniones, pero más os vale tener referencias científicas para justificar vuestros argumentos. Evidentemente, responderé únicamente a los comentarios que tengan un mínimo de civismo.