Derecho a ofender

Millones de españoles se han ciscado en Rajoy y atribuyen a su madre el haberse especializado en comercios sexuales de dudosa moral. Pero a esta familia no le van mal las cosas. A la madre definitivamente no le va mal, y el hijo lleva una vida de éxito. ¿Qué ha fallado para que millones de exabruptos, invocados desde el ardor genuino de la desesperación, no hayan alterado la existencia del presidente y, en cambio, lo vayamos a tener en el gobierno para siempre? Por otra parte yo me he pasado aquí un montón de años ofendiendo a cavernícolas y metiéndome con ellos de formas harto ingeniosas, pero ni siquiera he conseguido que me persigan negativizando comentarios o envíos. Pasan olímpicamente de mi. Puedo aspaventarlos ocasionalmente en los hilos, pero igual continúan en el foro publicando sus cosas con la absoluta impunidad y el buen ánimo de costumbre, y sin haber dejado de aumentar en número hasta el punto de amenazar con convertir el sitio en "Forocoches II".

Me arrepiento de haber ofendido tan a menudo, porque tantos sofisticados ad hominem no han remediado nada, continúa creciendo una hidra a la que no sólo es imposible descabezar, cada día surgen más y más cabezas, la mayoría de veces vienen sin cerebro dentro, pero aquí siguen expresando sus estupideces, impertérritos ante mis ofensas, mirando a través de uno hacia asuntos más trascendentes. ¡Sólo faltaría que me denunciaran por herir sus sentimientos o menoscabar su reputación de foristas (¡ja!)! Lo que pasa es que las expresiones ofensivas (o de cualquier tipo) que realmente funcionan afectan a individuos o grupos que sumidos en especiales estados de precariedad o de violento fanatismo pueden verse inmediatamente alterados por arengas o invectivas reaccionando con violencia, pero los foreros y la mayoría de personas no atraviesa esos trances, son capaces de armarse de razones para responder y defender sus ideas (aunque sean razones estúpidas). En tal estado, como decía Jefferson, se puede tolerar la opinión errónea donde la razón es libre de combatirla (#1).

El peligro no estriba tanto en las opiniones que se dan ahora, sino en que esas opiniones se conviertan en la moral de todos y legislemos en consonancia con ellas. Pero esto es más difícil que ocurra mientras exista libertad tanto para que puedan ser expresadas públicamente como para que podamos atacarlas con nuestras propias razones. Ocultarlas mediante la violencia (la del Estado o cualquier otra) no es la mejor manera de que sus seguidores las desechen ni la más idónea para que desaparezcan. Muy bien podemos encontrarnos con una reacción que las realimente en sus propias catacumbas, donde es más difícil combatirlas y nos pasarán inadvertidas. Un efecto de la censura es la pereza mental, más que ocultar con ella las ideas problemáticas tapamos nuestros sentidos, como el mito del avestruz que mete la cabeza dentro de la tierra para figurarse que desapareció el peligro. Si no vemos el problema no nos esforzamos en remediarlo. Es mejor que el cavernícola exprese abiertamente sus ideas, incluso mediante autobuses, a que ande agazapado diciendo que "tiene amigas feministas".