Si dejamos que mueran los ancianos seremos una sociedad sin sentido

EL JINETE PÁLIDO, Séptima Parte. El mundo después del crisis. 17. Historias alternativas

Algunos han culpado de los males sociales que aquejan hoy a muchas sociedades pequeñas a las epidemias, incluida la gripe española (aunque el contacto con extranjeros, además de introducir nuevas enfermedades, también cambió sus vidas en muchos sentidos). Cuando Johan Hultin regresó a Brevig Mission en 1997 para reabrir la fosa común en la que habían enterrado a las víctimas mortales de la gripe, se encontró con un lugar triste y sin esperanza, muy diferente al que había visitado en 1951. Por aquel entonces, los lugareños aún practicaban la pesca de ballenas y la caza, y eran autosuficientes; ahora dependían de las ayudas sociales[217]. Obviamente, la pesca de ballenas y la caza son actividades peligrosas y puede que la impresión de Hultin fuera equivocada: tal vez los astutos lugareños decidieron aceptar el dinero que les ofrecía el Gobierno para poder dedicar su tiempo y sus energías a actividades menos peligrosas pero gratificantes. Sin embargo, las conclusiones de un informe de la Comisión de Nativos de Alaska sugieren otra cosa. Publicado tres años antes, describía a los alaskeños como un «pueblo cultural y espiritualmente paralizado», que había pasado a depender de otros para que lo alimentaran, educaran y guiaran[218].
La comisión atribuyó parte de la culpa a las epidemias que habían causado la muerte de los chamanes y los ancianos, los depositarios del conocimiento y la tradición en las culturas de Alaska, y habían creado muchos huérfanos. A principios del siglo XX, era una práctica común apartar a estos huérfanos de sus comunidades y recluirlos en instituciones centralizadas. La idea era que con ello se fomentaría su integración en una comunidad más grande y diversa, y se ampliarían sus horizontes. Sin embargo, lo que experimentaron fue una «pérdida cultural duradera», según el informe. Estos problemas, agravados por la competencia con los forasteros por los recursos naturales y el trabajo en las industrias locales, habían desembocado en una situación en la que «la condición social y psicológica de los nativos ha variado de manera inversa al aumento de los programas gubernamentales destinados a ayudarlos». Dicho de otro modo, cuanto más dinero inyectaba el Gobierno, más se disparaban las tasas de alcoholismo, delincuencia y suicidio en Alaska.
Una de las personas que colaboraron en la elaboración del informe de 1994 fue el anciano yupik Harold Napoleon. Dos años antes de su publicación, mientras cumplía condena en el Centro Penitenciario de Fairbanks por haber matado a su hijo pequeño mientras estaba borracho, escribió un ensayo titulado Yuuyaraq. Yuuyaraq, que significa literalmente «la manera de ser un ser humano», es el nombre del mundo tradicionalmente habitado por los yupik, un mundo repleto de espíritus animales y humanos. El ensayo de Napoleon era un lamento por aquel mundo perdido y un intento de comprender lo que le había sucedido a su pueblo. Su tesis, basada en sus experiencias personales y en las de sus compañeros de prisión, era que las epidemias que los habían golpeado durante casi dos siglos habían destruido su cultura y los habían traumatizado, tanto que ni siquiera podían hablar de ello. «Hasta hoy, el nallunguaq sigue siendo una manera de abordar los problemas o los sucesos desagradables en la vida de los yupik. Los ancianos aconsejan a los jóvenes nallunguarluku, “fingir que no sucedió”. Tuvieron que fingir que no sabían muchas cosas. Al fin y al cabo, no solo se trataba de que hubieran muerto sus seres queridos, sino también de que habían visto derrumbarse su mundo», escribió[219].

[1] Informe de 1994 de la Comisión de Nativos de Alaska, volumen 1, www.alaskool.org/resources/anc/anc01.htm#undoing.

[2]«la manera de ser un ser humano» Harold Napoleon ankn.uaf.edu/Publications/Books/Yuuyaraq.pdf