Desde el principio de la pandemia, se ha cuestionado legítimamente qué sabían las autoridades chinas y cuándo lo supieron. El hecho de que Li Wenliang, el médico que el 30 de diciembre alertó a sus amigos sobre la existencia de un nuevo virus similar al del sarampión, fuera primero detenido e interrogado y más tarde sancionado, pone de manifiesto que las autoridades gubernamentales sentían un profundo temor por el riesgo de que se filtrara información sobre este brote a escala nacional y mundial.
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