Por Carme Chaparro. Que tu jefe exija que te pongas minifalda y tacones –porque así alegras la vista a los clientes- no es libertad sexual. Que quien te tiene que contratar te pida favores sexuales –y te los siga pidiendo después- no es flirteo en el trabajo. Que un hombre no se aparte de ti en un bar aunque se lo pidas, que te siga por la calle y te diga cosas o que intente rozarse contigo, no es un juego de seducción. Que las mujeres se hayan levantado contra todo eso -con los movimientos MeToo y Time’sUp- no es puritanismo.
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