Si el príncipe Felipe fuera un auténtico demócrata, admitiría que la herencia de su cargo se corresponde a una imposición que se remonta al golpe de Estado que acabó con la II República. Reconocería la impunidad sobre la que se construyó la Transición. Entendería que le corresponde poner fin a una institución obsoleta y antidemocrática.Reivindicar una Tercera República es defender una democracia
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