Quienes seguimos la destrucción de Siria desde sus inicios nos hemos acostumbrado, a la fuerza, a ver a diario imágenes que hielan la sangre. Imágenes que nadie mentalmente sano querría ver, si no creyese que verlas, verificarlas y compartirlas pudiese resultar útil para detener las tragedias que cuentan. Una labor dolorosa, insoportable, para la que la mayoría no estábamos preparados y que con el tiempo va dejando secuelas. Para muchos, el debate sobre si la imagen de un niño muerto hiere o no la sensibilidad quedó atrás hace demasiado tiempo.
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