Negociaciones

El resultado electoral había vuelto a ser muy parecido al de las ocasiones anteriores. Ningún partido político estaba cerca de la mayoría. Todos seguían bastante lejos. La sociedad parecía tenerlo claro, había aumentado la oferta electoral, y prefería esa multiplicidad a la tradicional dualidad.

En esta ocasión, le tocaba intentar formar gobierno al partido rojo. Solo tenía dos tercios de los escaños necesarios, y necesitaba llegar a los 176 o, al menos, que no votaran en su contra 176 o, al menos, que los votos a su favor fueran más que los votos en su contra.

Mientras esperaban los entrantes, y estaban tardando porque el restaurante estaba lleno, todos habían aprovechado el descanso para ir a comer rápido al mismo sitio, le contó a su amigo cómo habían sido las cosas:

Sabíamos desde el primer momento que las negociaciones serían complicadas, duras.

Primer contacto.

Se limitaron a escuchar las propuestas. No movieron ni un músculo de la cara. A la salida de la reunión no hicieron ningún comentario a la prensa. Ni a nosotros, claro.

A los pocos días, sólo una llamada telefónica.

“Hemos estado analizando la propuesta. Lo sentimos, pero no nos parece suficiente. Gracias”

Y colgó el teléfono. Ni siquiera insinúo qué le hubiera gustado que se incluyera en la propuesta. O qué le faltaba. O qué esperaban. Alguna cifra en concreto. Algo. Alguien. Pero nada. Colgó y ya está.

El jefe y su asesor cruzaron una mirada con las cejas arqueadas y ambos supieron enseguida que tendríamos que ofrecer más. Sabían que no iba a ser tan fácil como la mayoría de la gente pensaba.

Éramos nosotros los que necesitábamos desesperadamente sus votos. Tenían la costumbre de no pedir nada en público, y desde luego, sabían cómo quitarse cualquier presión de encima, no solo de sus bases, sino, sobre todo, de los medios de comunicación.

Ese fin de semana estuvimos trabajando en el gabinete casi todos los técnicos y varios de los principales dirigentes. Teníamos que mejorar lo que habíamos llevado al primer intento de acuerdo, sin que eso nos supusiera un desgaste demasiado caro ante la opinión pública. A fin de cuentas, nos jugábamos repetir las elecciones, y desde luego, todo el mundo iba a pensar que éramos unos ineptos por no haber conseguido convencer a los demás para que nos apoyaran.

Segunda reunión.

Esta vez se limitaron a preguntar qué más habíamos añadido a lo anterior. De nuevo ni un gesto. Nada que delatara una emoción, ninguna pista, ni siquiera un cambio en los cruces de miradas, algo que nos permitiera saber si íbamos por buen camino o no.

Durante casi dos horas estuvimos explicándoles los cambios introducidos en la propuesta inicial, y las nuevas condiciones añadidas para intentar hacer posible el acuerdo. Llegamos incluso a ponerle números, hablamos de que “había aumentado la oferta hasta en un 25% más”.

Nuevamente, tras escucharnos, se despidieron cortésmente. Nos dijeron lo mismo: se retiraban a estudiarlo. Otra vez la prensa intentó que informaran de algo. Pero no, ni un solo comentario. Dejaban una vez más toda la presión en nosotros, y ya sabíamos que se corría el riesgo de hacer un ridículo espantoso al trasladar a la opinión pública la nueva oferta sin que los futuros socios hicieran un solo comentario. Así que intentamos reducir al mínimo la valoración de la reunión ante los periodistas.

Casi al final de la semana, nos volvieron a llamar.

“Hemos estado repasando cuidadosamente todos los planteamientos y las posiciones. Valoramos el esfuerzo al respecto del reparto y las proporciones, pero, y lo lamentamos, no nos parecen suficiente. Sabéis que no exigimos más de lo que se puede. Y no podemos aceptarlo, entendemos que se puede más. Gracias, de nuevo, por el esfuerzo.”

De nuevo, muy secos, y colgaron.

En el partido comenzaba a cundir el desánimo y el nerviosismo. La fecha de la sesión de investidura se nos estaba acercando y no teníamos nada cerrado con esta gente. Como no habían comentado nada al respecto de cara a la opinión pública, todos los medios y los ciudadanos nos miraban a nosotros y se preguntaban que qué estaríamos haciendo para lograr los apoyos, o si pensábamos que nos lloverían del cielo.

Entendieron los jefes que no les quedaba más remedio que ceder mucho más. Comenzamos a re-elaborar la propuesta, y esta vez los convocamos a una reunión discreta, sin avisar a los medios. Les pedimos que mantuvieran la discreción.

En la tercera reunión el panorama cambió. Al ir escuchando las propuestas, los negociadores de ellos comenzaron a relajar las caras y a asentir levemente con la cabeza en algunas ocasiones, sobre todo en las partes en que se mencionaban aquellas cuestiones que sabíamos que eran las que querían oír, por fin.

De nuevo, tras más de tres horas, se retiraron sin hacernos ningún comentario. Esta vez la prensa ni se enteró. Pero no podíamos anunciar nada, porque como en las anteriores ocasiones, se levantaron de la mesa sin darnos ninguna respuesta. Otra vez hubo que esperar a la dichosa llamada.

Era notorio que habían aprendido mucho desde la última ocasión en que la situación los puso en la posición de ser necesarios. Ante la opinión pública no asumían ninguna responsabilidad. Simplemente ellos eran necesarios, y esa posición de “necesidad” los colocaba en el escenario ideal.

- “Nosotros estamos aquí, a la espera de que la oferta sea interesante. Si no lo es, no contéis con nosotros. No hay más que decir. No tenemos ninguna obligación, sois vosotros los que tenéis esa responsabilidad, los que sabréis qué tenéis que hacer y ofrecer para que sea posible un acuerdo.” - Nos decían; y no se bajaban de ahí.

La llamada nos la hicieron solo cuarenta y ocho horas antes del comienzo de la sesión plenaria.

“La oferta nos parece razonable, podríamos aceptarla”

“¿Cómo qué parece; qué quiere decir podríamos? ¿Llegamos a un acuerdo o no? ¿Firmamos el documento, queréis darle una redacción propia a alguna parte, o qué hacemos, qué queréis decir?”

“No vamos a firmar nada. Podríamos quiere decir que en el momento de la votación, podremos estar de acuerdo y votar a favor. O no”

“¡¡¡¿Cómo??¡¡ ¿No entiendo?¡¡ ¿No vamos a firmar ningún documento? ¿”Pero es si o es no?¡¡”

Con un tono enfadado y a la vista de lo exasperantes que podían llegar a ser esta gente, el presidente estuvo a punto de perder los papeles en esa conversación, pero al otro lado le interrumpieron serenamente, para indicarle cómo lo harían:

“Punto por punto, ha de decirse todo en su discurso en la tribuna de oradores. Si el discurso desgrana el acuerdo, si además lo hace con el convencimiento suficiente como para transmitirle a la ciudadanía que el acuerdo es bueno para todos, no habrá ningún problema, votaremos a favor. Pero ojo, después del discurso toda la ciudadanía debe saber en qué consiste el acuerdo. Sin que quepa ninguna duda a nadie. Terminad de convencernos en ese momento. Si no lo lográis, el voto será en contra. Nos vemos el lunes”

Y nos colgó.

El asesor se quedo sin palabras. El golpe lo dejó atontado.

¿Cómo diablos nos habían metido en semejante problema? ¿Cómo se manejaba todo esto ante los medios de comunicación? ¿Les decías que ya tenías los apoyos necesarios? ¿Les contabas que se estaba negociando hasta el último segundo? ¿Les contabas la verdad, que todo dependería de que el presidente hiciera un discurso donde además de decir qué iba a hacer, dijera con quiénes y a cambio de qué?

Al final, imagina la que hubo que liar otra vez en fin de semana para tenerlo todo ajustado para el lunes …

Otra vez habían vuelto a conseguirlo. Se llevaban lo que querían y encima parecía que no habían roto nunca un plato. Y la opinión mayoritaria poniéndonos a caldo porque habíamos cedido mucho … vaya papelón.

- Parece increíble que los del partido morado hayan hecho una cosa así. Menudo temple, menudo dominio de los tiempos y vaya forma de negociar. - Le dijo el amigo al acabar de escuchar la historia, con los entrantes ya encima de la mesa.

-Pues claro que es increíble. Te estoy hablando de los del PNV, no del partido morado. Esos no saben ni lo que es negociar.

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