Desde el otro lado

Siempre sospeché que mi familia no era del todo normal. Las miradas esquivas de los vecinos, sus sonrisas nerviosas cuando mi padre les saludaba, los encogimientos de hombros al despedirse;  muy temprano descubrí que en el barrio todos intentaban evitar a papá. Y muy temprano descubrí la razón de ésto: mi padre era un idiota integral. 

Y de todas las clases de idiotas integrales mi padre pertenecía a la peor: la de los gracioso.

Papá aprovechaba cualquier oportunidad para contar un chiste verde, gastar una broma pesada o simplemente mofarse de su interlocutor o de los que allí tuviese alrededor. No era capaz de respetar ningún tipo de convención social, le daba igual estar en una comunión que en un funeral. Por su boca salían chistes de maricas, negros, mujeres, gordos, narigudos, cabezudos, pies planos, tartamudos; todo sin importarle mucho la sensibilidad de las personas que tuviese en frente.

El cómo consiguió sacar adelante la pequeña tintorería de la que era dueño y poder así mantener a su familia es algo que aún a día de hoy me cuesta entender. Es de suponer que sus clientes debieron acostumbrarse a sus bromas a cambio de tener limpias las camisas.

En lo que se refiere a la conducta estrafalaria de mi padre (llamémosla así) mi madre tampoco estuvo libre de culpa. Reírle las gracias ayudó activamente a cimentar su excéntrica personalidad, más propia de un payaso de circo que de alguien de su posición social.

Recuerdo a mi madre troncharse de risa, como si la hubiesen enchufado a la corriente eléctrica mientras papá fingía sufrir un infarto en mitad del restaurante; y a los camareros poner cara de no saber dónde meterse. Así era mi familia. 

También recuerdo el bochorno y la vergüenza. Algo a lo que mis padres parecían inmunes, como si de alguna forma yo hubiese heredado todo el pudor del que ellos carecían. 

Es cierto que mi madre era exquisita en el trato con los demás. Y también es cierto que su propia bondad e inocencia jugaban en su contra cuando papá estaba a su lado, prestándose a ser parte de las bromas y chistes más vulgares, con el único propósito de  complacer a su esposo. 

Así pues, la opinión que mamá y yo teníamos sobre las gracias de papá parecía ser completamente opuesta. Para ella papá era el tipo más ingenioso y gracioso del mundo, para mi él era simplemente un idiota que aprovechaba cualquier oportunidad para avergonzarme delante de los demás. 

Sin embargo había algo en lo que mi madre y yo coincidíamos: ambos odiábamos a Mongo.

Mongo era un personaje inventado por mi padre, que vivía exclusivamente en su cabeza ¡Y en nuestras pesadillas! 

La historia de Mongo empezó una tarde de otoño en la que nos encontrábamos los tres sentados a la mesa degustando un delicioso plato de pollo con patatas que había preparado mamá. De repente de dentro de la boca de mi padre surgió una voz que no era la suya - ¿Mmme paassas la saaall? - dijo sonando como un subnormal. 

La cara de mi madre y la mía debieron de parecerle en ese momento un chiste a mi padre, que pasó los siguientes diez minutos riendose de nosotros. Su sonrisa de idiota nos dió a entender que aquello era el comienzo de una pesada broma que volvería a utilizar en cuanto tuviese oportunidad.

Y así fue. 

Al principio sus imitaciones se limitaban a poner voz de idiota y ojos de loco para darnos los buenos días o asustarnos en momentos puntuales. Poco a poco las dotes actorales de papá fueron mejorando y empezó a añadir matices a su siniestro personaje, al que había apodado Mongo, llegando a ofrecernos terroríficas funciones de un realismo delirante. Tanto era así, que en los momentos culminantes de sus actuaciones mi madre y yo llegamos a dudar de que en verdad mi padre no hubiese sido poseído por el mismísimo espíritu de un subnormal. Es posible que él mismo lo dudase.

Nos horrorizaba tanto con aquellas imitaciones que al final mi madre tuvo que pedirle por favor que parase con aquella broma, porque si no al final te quedarás mongólico para siempre - le dijo. Así que mi padre dejó de actuar como Mongo delante de mamá… y siguió haciéndolo cuando estábamos los dos a solas.

El lector podrá pensar aquí que exagero y que, a fin de cuentas, mi padre simplemente era un tipo con un humor particular que intentaba divertirse a costa de su familia, como pueda ocurrir en muchos otros hogares. 

Pero se equivocan. 

Si mi padre hubiese sido una persona sensata su conducta estrafalaria se habría visto mermada después del accidente, pero no fue así. Al contrario, sus bromas y chistes continuaron, y yo diría que se intensificaron, mientras mi madre se moría en el hospital. 

Tampoco su muerte cambió las cosas. 

El histrionismo de papá dejó de tener la mínima gracia después del funeral, si es que alguna vez la había tenido. Con la muerte de mamá mi padre se quedó sin público que le riera los chistes y sus ridículos intentos de devolver la alegría a nuestra casa empezaron a irritarme como nunca antes lo habían hecho. Lo odiaba en secreto, y no tan en secreto. Cada vez discutíamos más y más fuerte, y he de confesar que en la mayoría de los casos yo era el instigador de aquellas riñas.

Nuestra última discusión comenzó por algo insignificante, quizás yo había dejado el cartón de la leche fuera del frigorífico o me habían expulsado del instituto, no puedo recordarlo, pero sí recuerdo que, como venía siendo habitual en nuestras broncas, le culpé de la muerte de mamá - Si no hubieses girado a la izquierda para evitar que el otro coche golpeara en tu lado, mamá todavía estaría viva - le grité. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de lo loco que estaba papá. El brillo de su mirada cambió y sus ojos enfocaron un punto indeterminado entre él y yo, entonces supe lo que iba a pasar a continuación - ¿Mmm ya nnno quieresss jugggar con Mongo? - dijo con su ya clásica voz de idiota.

Todavía hoy se me erizan los vellos de la nuca sólo de recordarlo. ¿Con qué clase de perturbado vivía? Desde ese momento todos mis esfuerzos se encaminaron a alejarme lo máximo posible de aquel hombre.

La universidad fue una buena excusa para cumplir mi propósito. Pedí el traslado a otra ciudad con el pretexto de mejorar mi expediente académico y procedí a ir cortando toda relación con mi padre. Permitiéndole, eso sí, que me apoyara financieramente. Para mi último año de carrera, y a pesar de sus intentos de mantener el contacto, nuestros encuentros se limitaron a tres: en Navidad y en nuestros cumpleaños. 

Luego conocí a Marta y los acontecimientos se precipitaron: conseguí el trabajo de mi vida en una asesoría legal, nos casamos y tuvimos dos hijos preciosos. Podría contar con una mano las veces que ví a papá en los últimos diez años.

Por eso me aterró tanto la llamada que recibí hace ahora tres semanas.

Eran cerca de las dos de la madrugada, dormía junto a mi mujer cuando la vibración de mi móvil me despertó. Su pantalla iluminada mostraba la llamada entrante de un número desconocido. Me esperé lo peor, pero no tenía ni idea. - ¿Sí? - pregunté. Hubo un silencio del otro lado y cuando estaba apunto de colgar escuché una voz familiar que venía como del fondo de un agujero oscuro y húmedo. -¿Ya nnnno quieresss jugggar con Mmmongo?

El móvil se me cayó de las manos, creo que yo mismo lo arrojé al suelo. Me quedé unos minutos paralizado, mi corazón latía con fuerza y mi mujer dormía a mi lado ajena a lo que acababa de pasar. Sentí como si una soga invisible me estuviera asfixiando. 

Esa noche no dormí. Me la pasé autoconvenciendome de que todo había sido un mal sueño. 

Al día siguiente me esperaba una larga jornada en la oficina. Un importante cliente nos estaba presionando y andaba todo el mundo como pollo sin cabeza en el departamento. Con el ajetreo me olvidé por completo de lo que había pasado la noche anterior. Hasta que recibí otra llamada. Tuve un mal augurio y estuve tentado de no contestar. De alguna forma presentí que las dos llamadas estaban relacionadas. Descolgué. Contestó un enfermero del hospital de mi ciudad natal. Habían encontrado a mi padre andando desnudo por la calle. Pensaban que podía tratarse de demencia y me pedían que me ocupase de él. No puedo, ni siquiera vivimos en la misma ciudad. Pues algo tendrá que hacer. Esta semana imposible, mi trabajo me lo impide. Señor, su padre necesita cuidados. Yo no puedo hacer nada. Colgué.

Terminé mi jornada un par de horas después. Cuando llegué a casa mi mujer y los niños me estaban esperando para cenar. No dije nada de lo que había sucedido con la esperanza de poder sacarmelo de la cabeza. No pude. 

Esa noche tampoco dormí. Creo que no he dormido desde entonces. De madrugada volvió a sonar el teléfono. De nuevo la misma voz -¿Ya nnnno quieresss jugggar con Mmmongo? - No contesté. 

En realidad nunca he contestado a la pregunta. La voz del otro lado del teléfono siempre dice lo mismo. Siempre la misma pregunta. Cada llamada es igual. Y han sido muchas desde entonces. Una cada noche. Una fuerza inexplicable me obliga a descolgar el teléfono y quedarme en silencio.

Las cosas se pusieron feas en la oficina a partir de la primera llamada. Varios días me quedé en la cama sin poder levantarme. Los días que fuí al trabajo me ví incapacitado para cumplir con mis deberes. Me costaba pensar. Mi superior me llamó la atención varias veces. 

Es increíble cómo se puede torcer todo en un par de semanas.

Tampoco es que me fuese mejor en casa. De repente me volví una persona huraña. Todo me irritaba. Nunca antes había gritado a mi mujer de esa forma ni había puesto una mano encima a los niños. 

Cada vez que cierro los ojos escucho su voz.

Hace ahora dos días que encontré el dibujo que hizo Guille, el pequeño de mis hijos: cinco palitos que representan las extremidades y el tronco, un círculo para la cara y medio círculo para la sonrisa; debajo, escrito en mayúsculas con letras rojas “MONGO”.

Es cierto que perdí los nervios. No tenía que haber gritado al niño de esa forma, ni haber agarrado su bracito como lo hice. Cuando llegó mi mujer y se lo encontró llorando...entiendo que viese el moretón y se pusiera furiosa como lo hizo. Pero que se lleve a los niños y me abandone como hizo, por una sola falta, después de tantos años…

Es mi amigo. Había dicho mi hijo cuando le pregunté. ¿Tu amigo? ¿Quién te dijo ese nombre? Pero mi mujer se lo llevó antes de que pudiera saber la verdad. 

Al principio pensé que quedarme a solas me ayudaría a aclarar mis ideas ¡Cómo me equivocaba! De repente todo se nublo, como si la realidad estuviese cubierta de una sustancia gelatinosa que lo impregnaba todo y a través de la cual me fuese imposible avanzar. Qué era realidad y qué sueño me era imposible de determinar.

¿Acaso no acababa de sonar el móvil? ¿Estaban tratando de volverme loco? Pero ¿Quién? ¿Marta? ¿Papá? ¿Mongo?

Creo que esta mañana lo ví cuando me asomé a la ventana. Estaba de pie frente al edificio, mirándome directamente desde lo lejos. Al principio no podía creerlo. Debe de ser un sueño, me dije. Una alucinación. Pero hace un momento volví a verlo. Seguía mirando hacia aquí con sus ojos de idiota y su estúpida sonrisa. No se ha movido de allí desde entonces. Es él, no hay ninguna duda. Pero ¿cómo?

La idea de bajar y hablar con él me aterraba. El sonido del móvil me sacó de mis pensamientos. Era una llamada real. 

Contesté.

Alguien del hospital. Me asomé de nuevo, pero él ya no estaba allí. “Sentimos informarle del fallecimiento de su padre” dijo la voz. Y justo después noté una presencia. “Hemos encontrado su cuerpo sin vida en el río”. Estaba detrás de mí. “Mi más sinceras condolencias”. Escuché su respiración, su voz. Lo sé. Sé lo que va a decir.

¿Ya nnnno quieresss jugggar con Mmmongo?