No sirve de nada la honestidad y la virtud carece de sentido, no hay ni dios ni más allá

Decía el filósofo que todo era movimiento.

El mundo siempre está cambiando.

Hay momentos de cambios más profundos, tranformaciones más radicales.

Este es uno de ellos…

Nuestra forma de organización social es solo una de entre innumerables posibles formas.

El dinero que la vertebra es un artificio funcional, como una herramienta o un vestido. Su papel central ha sido ‘decidido’, pero no es ‘natural’.

La sociedad puede organizarse y vertebrarse en torno a muchos otros ejes y sentidos.

En el pasado frecuentemente lo ha sido en torno a la religión; o a la dominación de un grupo o clase social sobre otro. Todo en la antigua Esparta, su militarismo y la ‘sobriedad’ que es objeto de culto para algunos, obedecía a la voluntad de opresión sobre los ilotas y, como siempre ha sucedido en esta extraña naturaleza que nos obstinamos en ignorar, quien esclaviza a otro también se esclaviza a si mismo y se vuelve rehén de su maldad.

Aunque hemos desentrañado muchos de los fenómenos físicos del mundo, hemos eludido la comprensión de los fenómenos espirituales y psíquicos. La consciencia es un territorio que permanece largamente inexplorado.

En el largo aprendizaje de generaciones y civilizaciones sucesivas, hemos adquirido la capacidad de la perspectiva. Cada tiempo, hasta el más primitivo en nuestra memoria, ha sido y se ha considerado el más avanzado, y se ha entregado a la arrogancia de creer que había desentrañado y comprendido el sentido real del cosmos y de la vida.

Hoy nosotros ‘sabemos’ que la religión es ficción, que la vida es una carambola casual del universo, que todo empezó porque sí con un big bang, y que lo único que merece es el dinero. Sabemos que no sirve para nada la honestidad y que la virtud carece de sentido porque no hay ni dios ni más allá; que el egoísmo es la verdadera fuerza evolutiva y que la solidaridad social es… estúpido buenismo.

Elegimos, también como en cualquier otra civilización y tiempo previos, no considerar sino eludir aquello que no comprendemos y lo que quiera que sea que contradiga nuestro credo. Negamos el instinto, por más abrumadoras que sean sus pruebas. Hormigas, abejas, leones... cada especie natural es guiada funcionalmente por esa fuerza, pero no nosotros los humanos, por decisión propia. Y así permanecemos, racionalmente obstinados en extinguirnos.

Hemos desarrollado la tecnología prodigiosa de los microscópios electrónicos y a través suyo hemos visto los cromosomas y los genes y los átomos del ácido desoxirribonucleico. Aunque ignoramos completamente cómo y por qué una particular disposición de moléculas transmite nuestra herencia. Soñamos, a veces premonitoriamente, pero decidimos convertir en mera ‘coincidencia’ cualquier percepción ‘mágica’. Nuestra fe actual es que solo lo racional puede ser. Se puede no mirar y no ver, decía el refrán.

Es cierto que a lo largo de la perspectiva que nos ofrece la historia siempre unos hombres han intentado dominar y esclavizar a otros, por cualquier medio a su alcance, incluyendo los religiosos. Sin embargo, abolir el instinto, el misterio y la religión en nuestro mundo, no nos ha liberado como suponíamos. Apenas ha supuesto un cambio en los modos y procesos con los que unos hombres oprimen a otros. Y hemos empobrecido nuestra existencia mediante esa automutilación, negándole sentido y trascendencia, no porque hayamos comprendido que los tenga o no, sino porque así lo hemos decidido; como antaño decidíamos que el sol era dios: apariencia de razón.

Pero la verdadera razón por la que una parte de la humanidad trabaja contra su progreso, sigue siendo un misterio. El mismo misterio que una cultura anterior llamó demonio y representó con cuernos. Otras lo llamaron y lo representaron de otros modos. Nosotros, en nuestra particular forma y organización social -una de entre muchas formas posibles- hemos perdido la capacidad de nombrarlo, de identificarlo, y por ende de rechazarlo. Y es así que estos adoradores del diablo se extienden como un cáncer y nos conducen al abismo.

Pese a que sí sabemos lo que el odio hace a la civilización.

Gustave Aklin