Epstein, Minneapolis y el país de la libertad

Ayer vi el documental de Jeffrey Epstein en Netflix (Asquerosamente Rico). La conclusión final es que este señor evitó, durante dos décadas, pagar por haber abusado sexualmente de niñas entre 12 y 17 años y por montar una red piramidal de violaciones.

Jeffrey Epstein tenía amistades en las altas esferas: los empresarios judíos más importantes de toda la costa este y oeste, Bill Clinton, Weinstein, el príncipe Andrés y sobre todo, Donald Trump, entre otros muchos. El documental no logra aclarar, a lo largo de 5 capítulos, de donde sacó el dinero para poseer tantas mansiones, una isla en el Caribe, dos aviones privados y un helicóptero.

Realizaba orgías con menores en sus mansiones y colocaba microcámaras en todas las habitaciones. Al final, acabó suicidándose cuando, ante las abrumadoras acusaciones y el surgimiento del #MeToo, el caso se reabrió y pudo verse, en todo su esplendor, la corrupción judicial y política de los EEUU. No voy a entrar en las teorías conspirativas (que tienen bastante sentido) sobre los análisis forenses que concluían que no pudo suicidarse solo y sobre todo el material que tenía en su poder y que, seguramente, habría tumbado a centenares de personalidades, entre ellas, el actual presidente de los EEUU.

Lo que me interesa de este documental es cómo muestra la decadencia ideológica de EEUU y su enfermizo individualismo. Es muy sencillo: si tienes pasta te salvas y si eres pobre estás jodido, o lo que es lo mismo, para los estadounidenses, la libertad y el dinero son cosas que ya no se pueden separar. Epstein se salvó porque era millonario, aunque al final, su desmedida y enfermiza maldad acabó condenándolo. Epstein solo se aprovechó de niñas de extracción social baja (por cierto, el nuevo feminismo estadounidense, fuertemente dominado por las corrientes neoliberales, pasó de puntillas sobre este hecho, pero eso daría para otro artículo y ahora no viene mucho a cuento).

Si el millonario estadounidense hubiese sabido controlarse, seguramente hoy seguiría violando niñas pobres en su mansión de Florida. Y esto es importante recalcarlo: aquellas actitudes que auparon a Epstein para colocarlo como el hombre más exitoso de Estados Unidos, fueron exactamente las mismas que lo condenaron. La línea entre el éxito y la condena penitenciaria es muy fina en Estados Unidos, pero esa línea puede moldearse con poder y dinero tanto como quieras. Epstein es, probablemente, el caso más extremo, pero hay ejemplos a patadas que demuestran que esto no es una excepción.

Por eso, cuando escucho el celebradísmos discurso de la activista Tamika Mallory (ver twitter.com/alexbare_/status/1266910900122013696), a la que doy la razón al 99%, creo que se obvia algo esencial. EEUU, más que un problema de racismo, tiene un problema de aparofobia, de miedo y odio al pobre. La idea de fracaso está fuertemente marcada en el ADN de los yanquis desde su propia educación. Todo aquel que no triunfe, sea negro, blanco o latino, es carne de cañón para la cárcel. A a eso suma la existencia de la Segunda Enmienda, una mierda decimonónica, cuya plena vigencia evidencia el enfermizo individualismo y la decadencia moral de este país que, yo creo, ha entrado en una espiral que no tiene marcha atrás.

EEUU no logró ser primera potencia mundial por la economía, lo logró por su capacidad para vender una idea cultural de libertad, donde cualquier persona podía subirse al ascensor social para triunfar. Una idea que, a partir de los 70, dejó de ser real, pero que mucha gente seguía comprando. El problema es que hoy, bajo el mandato de un pirado y el apogeo de China, los EEUU están cayendo en una espiral de ira y polarización que, más allá de poner punto y final a ese maravilloso reclamo centenario del "sueño americano", está demostrando, por fin sin tapujos, lo que siempre fueron: el país de la libertad, sí, pero la libertad para ser un sociópata. La libertad de portar armas, la libertad de contagiarse, la libertad de odiar, la libertad de maltratar, la libertad de defenderse, la libertad para imponer a los demás qué es la libertad. Y eso es algo que ha trascendido más allá de lo individual y de sus fronteras y que ellos han convertido en doctrina para amparar golpes de estado y guerras que, en esencia, no buscaban otra libertad que la de sus élites extractivas. Después de la religión, no creo que haya habido cosa más dañina para el planeta que los Estados Unidos de América tras del comienzo de la Guerra Fría.

Antes de que se descubriesen sus violaciones a menores, Epstein declaró en una entrevista a TIME que “debemos dar gracias a nuestros soldados por lo que están haciendo por América en Irak, pero también aquí, cada día, a la policía de este país, así como sus fiscales, que son el reflejo de todo lo que somos”. Epstein, un hombre que salvó el culo 2 décadas gracias a la corrupción de la policía, el FBI y la fiscalía, estaba diciendo, sin querer, una gran verdad. Que se lo pregunten a los negros. O a los iraquíes.