Era tarde la noche en que llegamos a Auschwitz. Cuando ingresamos, en el mismo minuto en que se abrieron los portones, escuchamos alaridos, ladridos de perros, los golpes en la cabeza de los kapos, los oficiales que trabajaban para ellos. Y luego descendimos del tren. Todo pasó tan rápido: derecha, izquierda, derecha, izquierda. Los hombres separados de las mujeres, los niños arrancados de los brazos de sus madres, los ancianos arriados como ganado, los enfermos y los discapacitados como un montón de basura. [...]