Fui un sexiliado en Barcelona. Para quien no esté familiarizado con el término, diré que, entre sus acepciones, aceptamos sexiliado como aquel que abandona Euskal Herria y descubre, gracias a entrañables antros como la Bata de Boatiné, en el Raval, que existe vida más allá del tradicional cinturón de castidad mental con el que nos castigamos en casa. Vamos, que follar por follar, sin más explicaciones, no era tan complicado. No pretendo sumarme a la corriente frívola de «en Euskal Herria no se folla». Pero sí puedo constatar que una vez (...)