Cogió el cinturón, dudó. No, esta vez su crimen fue mucho mayor, por tanto el castigo debe ser mayor. El martillo. Empezó a golpearla con saña, los ojos inyectados en sangre determinaban que la agonía seria larga. Primero sobre el pecho, se revolvía. Dos martillazos en las piernas evitarían eso. Siguió y siguió. El ultimo golpe sobre la cabeza.