Daniel acaba de llegar desde Ginebra a Barajas tras un vuelo de un par de horas. Les recibe la más moderna de las terminales del aeropuerto madrileño, la T-4. Todo parece perfecto hasta que deciden trasladarse hasta su hotel en taxi. Su primera impresión de la capital cambia bruscamente. No solo han sido rechazados por el tamaño de sus maletas, también porque quieren pagar con tarjeta. «Sospecho, además, que mi hotel está demasiado cerca», dice irónicamente en inglés, impotente porque nadie le entienda.