Eran en su mayoría esclavos, y su sangre regaba la arena de los anfiteatros de Hispania, para deleite de sus amos. Valientes, hercúleos, dioses sin el atributo de la inmortalidad, peleaban hasta el último aliento de sus vidas y miraban de frente a la muerte. Si vencían, podían obtener su libertad. Pero, si caían, una libertad distinta les aguardaba, aquella que los libraba de todas sus servidumbres y ataduras mortales. El negocio de los gladiadores movía mucho dinero en Hispania, sede de importantes escuelas.