Desde hace meses, la representación del iraquí que se instala en nuestras mentes es la de una persona violenta, profundamente religiosa -por no decir integrista- y poco receptiva hacia el extranjero -prácticamente un secuestrador nato-. Se ha tomado el todo por la parte y se ha dejado al Kurdistan por el camino. Aquí, el extranjero puede caminar por las calles, solo, sin hablar una palabra de kurdo, sentarse a beber té, perderse sin rumbo fijo...