no puedo evitar un profundo sentimiento de rechazo cuando veo las procesiones de Semana Santa. A pesar del color y el abigarramiento de sus pasos, el culto por el dolor y la muerte resulta tan explícito, que me retrotrae al Dios terrorífico que peor transcribe la trascendencia espiritual. Ante esos pasos torturados, eso penitentes sufridos, esos encapuchados, esa cruz pesada, esas gentes que disfrutan en el llanto, me siento una extraterrestre, un ser de otro mundo, alejado de ese mundo enormemente feo, en su manida belleza.