Manuel Vicent: "En España, frente a una exigua minoría que prefiere un funeral laico para despedir al difunto con la lectura de un poema de Rilke..., son multitud los que llevan el cadáver al templo donde el cura de turno se lo apropia, en muchos casos le felicita por haber muerto, le franquea alegremente por su cuenta las puertas del paraíso y después consuela a la familia anunciándole que el finado la espera en el otro mundo para comer pasteles todos juntos eternamente". ¿Quién no ha tenido esa sensación con algún allegado no-creyente?