"(...) De haber querido yo injuriar, siquiera insultar a Don Juan Carlos, no me hubiera tomado tanto trabajo ni le hubiera puesto tanto arte a la hora de acometer empresa tan sencilla: me hubiera bastado acudir al amplio repertorio de insultos que nutren nuestra lengua para referirme a su persona, como cabrón, canalla, hijo de puta, ladrón, o perífrasis ciertamente injuriosas, como el mayor evasor de impuestos, capo de la mayor mafia empresarial, el mayor extorsionador de la democracia, golpista en la sombra, que son constitutivas de delito"(..