Mucho tiempo antes de que se empezara a hablar de trenes levitados magnéticamente, surgió una idea similar pero que recurría a un cochón de aire. En los años 60, el ingeniero francés Jean Bertin desarrolló la idea con prototipos con hélices y posteriormente con turboreactores, llegando a alcanzar velocidades de hasta 420 kilómetros por hora. Aunque el coste de operación era bastante bajo y la inexistencia de rozamiento hacía que se pudiera alcanzar mayores velocidades, el proyecto acabaría descartado en pro del TGV.