Cualquiera que haya intentado comprar un billete de tren por internet en España sabe que Renfe odia a sus viajeros. No lo dicen en voz alta, pero toda la experiencia de compra es un suplicio: un diseño horrible, información incompleta, total negativa a generar viajes con transbordos, un estrambótico sistema para pago con tarjetas de crédito y un curioso fetichismo por utilizar convenciones dignas de una aerolínea en 1970. Lo más cargante, sin embargo, no es que el diseño sea agresivamente malo, sino que lleva así casi desde tiempo inmemorial.