Imaginemos. Un enorme efecto invernadero ha dejado una superficie basáltica yerma, con temperaturas en torno a los 500 grados centígrados, en las que el plomo se licuaría. La presión en la superficie, 90 veces superior a la nuestra en la Tierra, es aplastante. La atmósfera de CO2 es irrespirable, sin oxígeno. Hay densas nubes, continuas, de 20-30 kilómetros de profundidad, compuestas de ácido sulfúrico, capaces de atravesar la piel en segundos. Los pocos rayos de sol que atraviesan este manto se tornan rojizos.