Juego de Tronos [s07e07]. «The Dragon and the Wolf».

Los vivos se reúnen en Desembarco del Rey para hablar sobre la amenaza de Los Otros. En Invernalia, Sansa medita sobre su creciente tensión con Arya. Mientras tanto, Samwell llega a la capital del norte.

Comentarios con SPOILERS a partir de aquí.                                                            

La reunión en King's Landing —si me permite el lector utilizar los topónimos originales— produce encuentros geniales y diálogos memorables. El Perro con la Montaña, Theon y Aeron Greyjoy, Tyrion y Cersei, Daenerys —junto a sus pequeños— y los Lannister, Jon y la capital del ya no tan soleado sur.

La debilidad de Jon hacia Daenerys queda sellada con fuego tras la declaración de fidelidad que ofrece como respuesta a la petición de Cersei de mantenerse neutral en el conflicto del sur a cambio de que la Corona acepte la tregua para que los humanos se centren en la Gran Guerra. Demostración de fidelidad —y de sinceridad ante sus enemigos— que es reprochada por Tyrion y la propia Daenerys, pero que sirve para mostrar la nobleza de espíritu de aquel que realmente se llama Aegon Targaryen y está destinado a heredar los Siete Reinos y reinar sobre los hombres. Los últimos hombres, aquellos que venzan la muerte que se extiende desde el norte y que a su vez serán también los primeros: los primeros hombres de un nuevo mundo y de un nuevo reino.

Cersei sigue focalizando sus odios en sus enemigos cercanos, llevando a cabo las mismas políticas y estrategias que permitieron a su padre mantener el poder de la familia Lannister, estrategias que estaban adaptadas a los tiempos de verano y que se escapan a los terrores del invierno. Esto se refleja en la inquietante escena en la que, tras la discusión entre los hermanos amantes, uno con rostro de invierno y mirada decidida a batallar contra la muerte —el verdadero enemigo común— y la otra aún anclada en sus viejos rencores y ambiciones fútiles, la nieve comienza a caer sobre King's Landing, acallando a su paso las efímeras voces de los mortales.

Sansa muestra su madurez y evolución al evitar con cuidada astucia las manipulaciones de Littlefinger, y sorprenderle —abriendo éste los ojos hasta el punto de que casi se le salen de las órbitas en apenas una décima de segundo— con un juicio que él creía sería para Arya y serviría para cumplir sus planes. Su única defensa posible, «nadie estaba allí para ver lo ocurrido», sólo le sirve para hundirse aún más en su condena tras recibir un magistral puñetazo de realidad de la boca de Bran que cita con detalle las frases que dirigió a Ned Stark tras traicionarle. El brazo ejecutor de Arya firma con sangre la unidad de la familia Stark.

Finalmente, tras más de una hora mostrando las miserias y virtudes humanas; las alianzas, las ambiciones, los rencores, las pasiones, los miedos y los sueños, no son necesarios más de cinco minutos para mostrarnos la única verdad, aquello que realmente importa sobre cualquier valoración insustancial. El Rey de la Noche, a lomos del dragón de fuego helado —al menos, así lo he bautizado—, sin necesidad de mostrar emoción alguna o de distraerse con la charlatanería y emocionalidad propia de los vivos, destruye de forma espectacular el último trozo del Muro a la altura de Eastwatch, para así dar paso al glorioso Ejército de los Muertos que marcha finalmente sobre Westeros y dirige su tormenta a la primera capital del sur: Winterfell.

La única verdad es que la Larga Noche ha llegado y la Muerte avanza sobre la vida de forma calmada pero inexorable, lenta pero vigorosa. Y ningún vivo podrá escapar a su llegada. Todos los hombres deben morir.

Valar Morghulis.

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