¡Adiós muchachos, adiós!

Hoy en día es posible visitar las grandes capitales de Europa y encontrar pequeñas colonias de españoles afincados. Sociológicamente, el perfil de este tejido "compatriota" nos resulta fácilmente familiar, y lo reconozco, recurrente: jóvenes entre 20 y 35 años, generalmente muy cualificados, que marchan de su hogar de origen para encontrar nuevas oportunidades económicas en el extranjero. Realizando una visión histórica, este fenómeno es un elemento más dentro de las dinámicas sociales que siempre han estado presentes en la historia de occidente: éxodo de los espacios rurales, concentraciones en las ciudades o a su alrededor, expectativa de mejoría, conflictos bélicos, epidemias, represión, entre muchos otros. Afortunadamente, la migración de miles de nuestros jóvenes al extranjero no responde a una hecatombe militar ni nada parecido, pero si a un desencanto de la perspectiva vital.

  Pienso en el entramado que rodea la financiación estatal de las universidades públicas, el funcionamiento interno de las mismas y la falsa promoción profesional del alumnado en el mundo laboral. Planteo la ecuación y los números revelan el desastre: el presupuesto de las universidades públicas es de 11.388 millones de euros [Ministerio de Educación, 2016] sumándose una financiación extra del 65% (tasas) que depende de cada comunidad autónoma; se crean organismos de calificación repletos de trámites burocráticos que inundan el trabajo docente; se precarizan los contenidos y los puestos de trabajo; se premia la falta de talento, la falta de liderazgo, de capacidad y se apoya la mediocridad a base de enchufes, sustentándose en informes inmensos de calificación y publicaciones que en la práctica no sirven para nada. A ello, cabe sumarle, a nivel nacional, la falta de inversión económica en los espacios estratégicos del país como infraestructuras, educación, I + D o por no hablar de la falta de introducción de políticas de demanda. Otro aspecto de la ecuación es el de la fuerza productiva: el estado se gasta con capital del contribuyente 30.000 euros (ejemplo) en formar a un universitario (más la tasa del alumno que pone de su bolsillo) para una vez adquirido los conocimientos ver como se marchan al extranjero ante la falta de oportunidades. El chollo está servido para países como Alemania, Francia e Inglaterra. Les llega mano de obra altamente cualificada formada gratuitamente y preparada para explotar. Ahora recuerdo el caso de aquel joven gallego, Doctor en Física, que argumentó que su educación le había costado al gobierno 300.000 euros, pues bien, tras no encontrar trabajo en España, le fichó la NASA, ahí queda.

  ¿Qué ocurre con nuestros talentos? Pues que se marchan a esos lugares donde se están creando pequeñas repúblicas de erudición y es posible obtener oportunidades para la promoción académica y conseguir trabajo. Parafraseando a un profesor que tuve en la universidad,"España es un país de dos velocidades", en ocasiones se las da de cosmopolita, y en otras, funciona como un país emergente.

¡Adiós muchachos, adiós!