Una copa por cada muerto

Borracha os escribo.

Me he tomado una copa por cada muerto y tengo 48 años.

Esa es mi forma de celebrar el Halloween, o el Día de Difuntos, o la Onomástica de su Puta Madre. Como más os guste.

Y el caso es que son demasiados muertos, o a lo mejor son demasiadas fotos. Me cago en todo, pero no me imaginaba que en mi archivo fotográfico hubiese tantas bajas. Abuelos, tíos, y ahora también amigos. ¡No me jodas!

No me podía imaginar que los muertos formasen una legión tan formidable y la vez tan triste, tan terriblemente delatora del tiempo que ha pasado.

Es inútil. No vale la pena falsear los años que han pasado. No soy ya aquella chavala de veinte años que pasaba de todo en los entierros porque no conocía a nadie. Desde hace demasiado tiempo entierro a personas que me importan, y voy a funerales por personas que sé quién fueron.

A veces me recuerdo a Ender, aquel hijo de puta que quiso ser la voz de los muertos, y me pregunto qué diría si tuviese que hablar en nombre de todas esas personas que quise y que ya no están. Porque lo cierto es que no lo sé. Porque lo cierto es que mi única verdad es que los echo de menos y cada día que pasa su ausencia pesa más sobre mis ganas de hacer cosas y sobre mis ansias de triunfar. ¿Para que sirve vencer si los que quieres ya no están contigo para celebrar tu victoria?

Por vosotros, por los muertos, va este artículo. Esta memoria. Esta copa vertida al suelo que fregaré mañana.

Por vosotros, por mis muertos, sigo aquí.

Por vosotros.