Las guerras religiosas humanistas

Extracto de “Homo Deus: Breve historia del mañana” de Yuval Noah Harari. 

En un principio, las diferencias entre humanismo liberal, humanismo socialista y humanismo evolutivo parecían bastante frívolas. Comparadas con la enorme brecha que separaba a todas las sectas humanistas del cristianismo, el islamismo o el hinduismo, las discusiones entre las diferentes versiones del humanismo eran insignificantes. Mientras todos estemos de acuerdo en que Dios está muerto y en que solo la experiencia humana da sentido al universo, ¿importa en verdad si pensamos que todas las experiencias humanas son iguales o que algunas son superiores a otras? Pero, a medida que el humanismo conquistaba el mundo, estos cismas internos fueron agravándose y acabaron estallando en la más mortífera guerra religiosa de la historia. 

En la primera década del siglo XX, la ortodoxia liberal confiaba aún en su fuerza. Los liberales estaban convencidos de que únicamente si se concedía a los individuos la máxima libertad para expresarse y seguir los dictados de su corazón, el mundo gozaría de una paz y una prosperidad sin precedentes. Puede que tome tiempo desmantelar completamente las trabas de las jerarquías tradicionales, las religiones oscurantistas y los imperios brutales, pero cada década aportará nuevas libertades y nuevos logros, y al final crearemos el paraíso en la Tierra. En los idílicos días de junio de 1914, los liberales creían que la historia estaba de su parte. 

En la Navidad de 1914, los liberales estaban traumatizados por la guerra, y en las décadas que siguieron, sus ideas se vieron sometidas a un doble ataque: desde la derecha y desde la izquierda. Los socialistas argumentaban que el liberalismo era en realidad una hoja de parra para un sistema despiadado, explotador y racista. En lugar de la tan cacareada «libertad», léase «propiedad». La defensa de los derechos del individuo para hacer lo que considere bueno supone en muchos casos salvaguardar la propiedad y los privilegios de las clases media y alta. ¿Qué tiene de bueno la libertad para que uno viva donde quiera cuando no puede pagar el alquiler, estudiar lo que le interesa, costearse la matrícula, viajar a dónde desea ni comprarse un coche? Bajo el liberalismo se hizo famoso un chiste: todo el mundo es libre de morirse de hambre. Lo que era aún peor, al animar a la gente a considerarse individuos aislados, el liberalismo la separa de los demás miembros de la clase y le impide unirse contra el sistema que la oprime. Por lo tanto, el liberalismo perpetúa la desigualdad, y condena a las masas a la pobreza y a la élite a la alienación. 

Mientras el liberalismo se tambaleaba por este puñetazo desde la izquierda, el humanismo evolutivo golpeó desde la derecha. Racistas y fascistas culpaban tanto al liberalismo como al socialismo de subvertir la selección natural y causar la degeneración de la humanidad. Advertían que si a todos los humanos se les concedía igual valor y las mismas oportunidades educativas, la selección natural cesaría. Los humanos más adaptados se verían sumergidos en un océano de mediocridad y, en lugar de evolucionar hacia el superhombre, la humanidad se extinguiría.

Desde 1914 a 1989, las tres sectas humanistas libraron una guerra sanguinaria, y al principio el liberalismo sufrió una derrota tras otra. Los regímenes comunistas y fascistas no solo se adueñaron de numerosos países, sino que además las ideas liberales fundamentales se presentaron como ingenuas en el mejor de los casos o bien como rotundamente peligrosas. ¿Solo con dar libertad a los individuos el mundo gozará de paz y prosperidad? Sí, ya.