Los que nunca fueron a la guerra

Ahora hablamos de mascarillas y contagios, pero hace un tiempo se hablaba de bien común, de patria, de destino, y de orgullo. El tema cambia, pero la idea subyacente no. La idea es la misma.

Lo cierto es que los que no fueron a la guerra, a ninguna guerra, quieren tener los mismos derechos que los que sí estuvieron en alguna guerra, como si el simple paso del tiempo les concediese algún tipo de experiencia, más allá de haber sido quienes disfrutaron de todo cargándose el futuro, la esperanza y el Planeta. Y alguna idea oculta, enterrada, soterrada, emboscada en el subconsciente colectivo, se rebela contra eso. Y aunque pase ya del medio siglo, les apoyo.

Pero quizás todo esto suena un poco oscuro, así que es mejor que hable claro, muy claro, o demasiado claro. Por ese orden.

La generación que nació en los cuarenta y posteriores nunca fue a la guerra. Son hijos de gente que sí que fue a la guerra y que entendió cómo funcionaba el contrato social. El que había.

Cuando algo iba mal en un país, o en el de al lado, había guerra. Los jóvenes tenían que ir al frente por el bien de todos. Los jóvenes luchaban y morían por el bien de todos. O regresaban a casa sin piernas. O con piernas y el horror grabado en la memoria. En resumen: los jóvenes se sacrificaban por todos, porque un ejército, mirado de cerca, es una masa de chavales de veinte años a la que los viejos ha provisto de armas para que, por todos, luche y muera.

Por el bien de la nación, del conjunto, de la sociedad y del futuro. Esa era la idea.

Y ahora, resulta que los que se han hecho viejos sin que a ellos se les exigiera ese sacrificio, piden que, por todos, los jóvenes vuelvan a sacrificar su vida. No se les exige morir: sólo renunciar a su vida. Por los viejos. Por solidaridad. Por civismo. Da igual de qué se vista la mona, pero que se sacrifiquen ellos.

Y mira qué casualidad, que les vuelve a toca a los chavales, porque ellos, los portadores de canas, los dueños de los pisos, los dueños de las rentas, los dueños de las cuentas bancarias y los beneficiarios de las pensiones, no van a sacrificar nada. Tampoco ahora. Porque les toca a los jóvenes, que son los que siempre mueren, o dejan de vivir. Tanto da.

Y los jóvenes se rebelan. Porque si los jóvenes, por la economía, la prosperidad y el bien del futuro, podían legítimamente morir en las trincheras, bien pueden los viejos morirse en los hospitales, por el bien de todos, por la prosperidad de la nación y por el futuro de todos. Porque esa era el acuerdo. Porque una generación se sacrifica por el resto, ¿no? Es la ley de nuestra sociedad: algunos se sacrifican para que los demás vivan mejor, con libertad, prosperidad y dignidad, ¿no era así?

Pues ahora les toca a los viejos. A lo jóvenes les tocó cien veces morir en el frente y ahora les toca a los viejos morir en la UCI. Menos llantos. O bueno, llorad como se ha llorado siempre, pero sin cinismos.

¡Buena suerte, abuelos que no hicisteis la guerra!

Porque es vuestra hora. Porque es vuestro turno.