La última moda: así eran las revistas femeninas del siglo XIX

Uno de mis pasatiempos favoritos es perder el tiempo viendo publicaciones antiguas en el archivo de la Biblioteca Nacional. Esta semana me he estado leyendo algunos números de La última moda, una revista femenina que se publicó entre 1890 y 1921. Hojeándola, veo que no hemos avanzado mucho con respecto a las publicaciones femeninas actuales, pero me parece que puede ser divertido ver las motos que nos vendían hace cien años.

Como en la actualidad, la portada de estas publicaciones también estaba dominada por una gran imagen que adelanta el artículo más destacado de la revista. En este caso, los distintos trajes cuya confección se puede leer en su interior. También hay un pequeño sumario (lo vais a ver en minúsculo sobre la ilustración) con los artículos más destacados.

Y por supuesto también incluye el precio. Como se vendía en España y en América, había que hacer la distinción, ya que los segundos llevaban añadido el transporte, y además había que traducir el precio a las monedas de cada lugar (incluyendo Filipinas ya que en este número aún formaba parte de nuestras colonias).

Como aún estamos en una época en la que la ropa se elabora en casa o en las modistas tenemos artículos a fondo en los que cuentan paso a paso cómo elaborar cada prenda y cuándo dicta la etiqueta que hay que llevarlas. En este reportaje se ensalzan a los cazadores que proveen de pieles, a los soldados que parten a lugares lejanos en busca de sedas y por supuesto a las modistas que cosen, haciendo de la moda un arte más allá de la frivolidad.

Hay a continuación una sección llamada “Carnet de moda” en la que se explican las “novedades textiles” de la época junto con la opinión de la redactora con respecto a algunas de ellas. En el número que os he enlazado al principio, habla de los sombreros pequeñitos y de que las pieles se llevarán en el gélido invierno de 1890 (incluso para las descocadas que hayan optado por abrigos de paño):

A continuación, se pasa a la descripción detallada de todos los trajes que aparecen en la portada. En este caso son bastantes pero por lo general aparece una o dos mujeres con epígrafes tan fascinantes como: “Trajes y sombreros para el luto”, “Traje para paseo en carruaje” o “Trajes para visita y trajes para recibir” En la mayoría de los casos se menciona una y otra vez la moda de París, porque las parisinas eran las influencers del XIX.

La revista no sólo explica cómo se debe elaborar cada prenda de las indicadas en la portada (con el tejido, el color y los adornos que lleva, que no eran pocos) sino que también detalla los complementos sugeridos para cada ocasión. Si os puedo ser sincera, me quedo con este abanico con impertinentes que me ha robado el corazón:

También había lugar para una novela serializada, que siempre se quedaba en el cliffhanger. Ya sabéis que en el siglo XIX tener novelas serializadas en cada publicación era casi obligatorio, y en ocasiones se variaba la trama en función de las preferencias de los lectores (que les hacían llegar sus opiniones a los medios de manera muy vehemente, incluso).

En la sección de “Vida social” se explicaban temas de etiqueta elementales, así como usos y costumbres que me niego a pensar que no estuvieran ya arraigados en la sociedad (verbigracia el ejemplo que os pongo arriba). Recordemos que estamos en el siglo XIX así que no encontraréis nada de irse de fiesta con las amigas ni maniobras para complacer a tu pareja en la cama, así que no os extrañéis del tono moralizante del reportaje.

Consultorios

La Última Moda también incluye un consultorio de salud atendido por un (supuesto) médico. En el número que nos ocupa le preguntan acerca de las mejores formas de teñirse el pelo y deduzco que no había productos en el mercado que sirvieran a tal menester, por lo que había que sacar el Quimicefa para ponerte a hacer mejunjes. Por si os da curiosidad:

Hay más adelante en la revista otro consultorio en el que se agrupan varias misivas que habían llegado a la redacción. Este es muy curioso porque se van despachando las respuestas sin mencionar la pregunta, sino tan solo el nombre de la mujer que expresa sus dudas, y la mayoría tienen que ver con relaciones de amistad o con consultas sobre la marcha de la revista. Y leyéndolas vemos que las lectoras se ponían nerviosas si no obtenían respuesta en el siguiente número.

Para terminar, me ha hecho mucha gracia la sección “Crónica triste” en la que se repasan los nombres de las personas que no pagan la suscripción (deduzco que son como kioscos o distribuidores). Y señalando que las señoras no deben suscribirse con ellos porque corren el peligro de quedarse sin sus revistas.

La última media página consiste en publicidad, y los productos que se anuncian en La Última Moda son al final ancestros de los que encontramos ahora en revistas femeninas: cremas antiarrugas, hidratantes, y cremas depilatorias. Vaya, más o menos como ahora.