Un encuentro casual

Tuvo que luchar contra la indecisión.

─ ¿ Será realmente un hombre bueno?. ¿Me habrá mentido acerca de su vida y sus costumbres?

Se preguntaba mientras se cubría con el abrigo de piel. Se acercó a la ventana. El frío había dibujado en el cristal arabescos de hielo, flores, hojas, inalcanzables reinos helados que se fundían suavemente bajo su cálida respiración.

Añoraba el calor de su tierra natal. La arena del mar, el susurro de las olas. Era hija del Trópico lo patentizaban su color moreno y el largo cabello negro que acariciaba su cintura.

Mientras esperaba el taxi, recordaba cómo se conocieron. Una cita de internet entre anuncios de todo tipo. EL Taxi llegó con un minuto de retraso. Nada comparado con los atascos en las vías. Demasiados carros en esta ciudad de fríos casi perennes.

El chofer le extendió un caramelo que ella aceptó con amabilidad pero sin llevárselo a la boca. minutos después lo deslizaba furtivamente en la cartera de mano. No quería herir sus sentimientos.

Su mente hilvanaba los hechos con frenesí. Le había contado a sus padres pero estos no estaban de acuerdo con lo que ella iba a hacer. Le recordaron historias horribles sobre asesinatos y robos ocurridos mediante esos encuentros a ciegas.

Tuvo un poco de miedo no obstante había decidido seguir adelante. El joven le había agradado. Su forma de hablar era suave, agradable al oído. Se habían contado sus ideas, sueños y preocupaciones futuras.

Parecía existir una conexión entre ambos. El viaje era lento. En las atestadas vías los carros avanzaban con una lentitud exasperante. Al cabo de 30 minutos llegó al vecindario donde vivía Alexander.

Este había tenido un accidente varias semanas atrás lastimándose el tobillo. Esa era la razón de que estuviera en casa un día común de la semana. Una señora mayor le indicó el camino. No lograba encontrar el apartamento donde él vivía entre tantos edificios de concreto y cristal que parecían tocar las nubes.

Afortunadamente la esperaba en la escalera. Había hecho un esfuerzo para bajar por elevador con su pié todavía enyesado y dolorido. Se apoyaba ligeramente en la baranda. Su cabello lacio y muy negro le caía sobre el rostro. Los apartó con una mano dejando ver un lindo rostro de facciones helénicas donde se destacaban sus ojos oscuros como una noche sin luna.

Al saludarla el aroma de jazmín que exhalaba le recordó su jardín. Bajo sus ventanas crecía profusamente el jazmín de noche perfumando las calurosas noches de verano. Entre los cómicos saltitos que el daba apoyado en su pierna sana llegaron al elevador subiendo al noveno piso.

A pesar de estar impedido había preparado una linda velada. El apartamento estaba a oscuras porque había cerrado los pesados cortinajes que cubrían las ventanas. Se percibía el olor del incienso. Varias velas escarlatas iluminaban con luz tenue la mesa donde había dispuesto el almuerzo. Una botella de vino tinto se destacaba al lado del frutero.

La ayudó a quitarse el abrigo mientras sus ojos se agrandaban al notar la hermosa figura de la muchacha.

 Había imaginado como sería su encuentro. La realidad en este caso superaba sus esperanzas. Hablaron mientras saboreaban su almuerzo y de vez en cuando se tomaban las manos. Podía notarse a simple vista que se agradaban mutuamente.

Al terminar la colazione abrió las cortinas dejando pasar la luz fría de la tarde. Anochecía rápidamente. Se podían ver algunas estrellas tempranas rodeando una luna blanca y pálida que se asomaba entre las nubes grises cargadas de nieve.

─ Creo que ya debo irme. Se está haciendo tarde y el tráfico se vuelve imposible más tarde.─ El rostro de Alexander se oscureció al escuchar que se marchaba.

Habían pasado un linda velada. Hubiese querido que se quedara un poco más. Ella se reclinó sobre el sofá forrado de terciopelo blanco al estilo de épocas pasadas. Estaba amodorrada. El vino la había mareado hacía mucho tiempo que no bebía

─ No creo que sea aconsejable que te vayas en ese estado. Lo mejor es que descanses un poco. Ven te llevaré a la habitación.─ Se dejo llevar. El la tomó de la cintura para ayudarle a levantarse.

El olor de su piel y la dureza de los muslos que tocó al descuido le produjeron una erección involuntaria. La recostó en la cama poniendo una almohada bajo su cabeza. Al cabo de unos minutos ella dormía.

Se quedó a su lado. Mientras la miraba mas crecía su deseo de poseerla. El vestido se había levantado ligeramente mostrando las ligas de las medias oscuras. Luchó varios minutos contra su conciencia y pudo más su naturaleza animal.

Le quitó las medias con delicadeza para no despertarla cuando sintió a la muchacha estremecerse bajo sus manos. Afortunadamente para sus intenciones el vestido tenía un cierre delantero que abrió con impaciencia

Apenas pudo contenerse ante el cuerpo moreno semidesnudo. Aspiró su aroma excitándose más. Con las mismas medias amarró sus manos a los barrotes de la cabecera de la cama por si se despertaba.

Le descubrió los pechos de oscuros pezones chupándolos hasta hacer que se endurecieran. Ella se removió suspirando.

Luego le quitó la tanga descubriendo su pubis lizo y suave como la piel de un bebé. Le abrió los muslos.

Miró la vagina rosa de labios gordezuelos y el pequeño clítoris. Sin poder contenerse se acostó sobre su vientre mientras hundía su boca en ella lamiendo y succionando con placer.

 Joo se despertó. Nunca había sentido aquellas sensaciones tan placenteras. Había tenido varios novios pero nunca sexo. Tenía miedo pero aquello le gustaba y contra su voluntad se le escapaban gemidos de placer.

Alexander se percató enseguida que la muchacha era virgen. El himen le impedía penetrar la vagina con la lengua lo que aumentó su deseo.

Aunque el paso del flirt al sexo había sido poco convencional las caricias habían logrado que ella no se resistiera a los deseos del joven que le desató las manos permitiéndole ser parte de los retozos amorosos ahora consentidos por ambos disfrutando de una noche donde a la vez que perdió su virginidad encontró eco a sus deseos más profundos.

Cada caricia fue deseada, cada roce intimo, cada beso apasionado. Su primer orgasmo fue una revelación.

Una elegía para sus afinados sentidos. Su cuerpo había sido como una guitarra en las manos de un músico virtuoso el había marcado las notas con precisión y ella le había entregado sus mejores melodías.

El despertar. Una prueba más para su libido que había encontrado su punto álgido y aunque adolorida por la noche anterior su apetito sexual se despertó bajo las expertas manipulaciones que le produjeron excesos de placer que su anatomía eliminó con repetidos orgasmos.

El desayuno lo alternaron con penetraciones y besos. Se deseaban más cuanto más conocían sus cuerpos y sus mentes. El atardecer los encontró enredados entre las sábanas blancas dormidos, exhaustos. Abrazados.