Ley del Mínimo. Dune

Jessica se volvió hacia el fabricante de destiltrajes, a su izquierda, y dijo:

—No dejo de sentirme asombrada por la importancia del agua en Arrakis.

—Es muy importante —admitió el hombre—. ¿Qué es ese plato? Es delicioso.

—Lenguas de conejo salvaje con una salsa especial —dijo ella—. Una receta muy antigua.

—Me gustaría tenerla —dijo el hombre.

Ella asintió.

—Os la haré enviar.

—Los recién llegados a Arrakis subestiman con frecuencia la importancia que tiene aquí el agua —dijo Kynes, mirando a Jessica—. Ya sabéis, debemos tener en cuenta la Ley del Mínimo.

Jessica se dio cuenta por el tono de su voz que aquellas palabras encerraban una prueba, y respondió:

—El crecimiento está limitado por la necesidad del elemento que se encuentra presente en menor cantidad. Y, naturalmente, la condición menos favorable es la que controla la tasa del crecimiento.

—Es raro encontrar a miembros de las Grandes Casas que estén al corriente de los problemas planetológicos —dijo Kynes—. En Arrakis, la condición más desfavorable para la vida es el agua. Y recordad que el propio crecimiento puede producir condiciones desfavorables a menos que sea conducido con extrema prudencia.

Jessica captó un mensaje oculto en las palabras de Kynes, pero no consiguió descifrarlo.

—El crecimiento —murmuró—. ¿Queréis decir que Arrakis podría tener un ciclo de agua mejor organizado que sustentara a los hombres bajo unas condiciones de vida más favorables?

—¡Imposible! —gruñó el magnate del agua.

Jessica desvió su atención hacia Bewt.

—¿Imposible?

—Imposible en Arrakis —dijo el hombre—. No escuchéis a ese soñador. Todas las pruebas de laboratorio están contra él.

Kynes miró a Bewt, y Jessica se dio cuenta de que todas las demás conversaciones alrededor de la mesa habían cesado, mientras la gente se concentraba en aquel nuevo enfrentamiento.

—Las pruebas de laboratorio tienden a olvidar un hecho muy simple —dijo Kynes—. El hecho es este: estamos enfrentándonos aquí con un problema que ha tenido su origen y existe fuera de este recinto, donde plantas y animales llevan una existencia normal.

—¡Normal! —resopló Bewt—. ¡Nada es normal en Arrakis!

—Precisamente todo lo contrario —dijo Kynes—. Podríamos desarrollar aquí algunas armonías a lo largo de líneas que fueran autosuficientes. Sólo hay que comprender cuáles son las limitaciones de este planeta y las presiones que se ejercen sobre él.

—Esto nunca se hará —dijo Bewt.

El Duque recordó súbitamente cuándo había cambiado Kynes su actitud hacia ellos: cuando Jessica había dicho que conservarían las plantas de invernadero en nombre del Pueblo de Arrakis.

—¿Cuánto costaría poner a punto un sistema autosuficiente, doctor Kynes? —preguntó Leto.

—Si conseguimos que el tres por ciento de los vegetales de Arrakis produzcan compuestos de carbono nutritivos, entonces habremos iniciado un sistema cíclico —dijo Kynes.

—¿El agua es el único problema? —preguntó el Duque. Notó la excitación de Kynes, y él mismo se sintió presa de ella.

—El del agua hace olvidar los otros problemas —dijo Kynes—. El planeta posee mucho oxígeno, pero no las demás características que usualmente lo acompañan: vida vegetal desarrollada e importantes fuentes de anhídrido carbónico provenientes de fenómenos como los volcanes. Se producen aquí inhabitualmente fenómenos químicos a lo ancho de enormes áreas.

—¿Disponéis de un proyecto piloto? —preguntó el Duque.

—Hemos consagrado mucho tiempo a poner a punto el Efecto Tansley… experimentos a pequeña escala a nivel de aficionado, pero a partir de los cuales mi ciencia podría deducir aplicaciones prácticas —dijo Kynes.

—Pero no hay bastante agua —dijo Bewt—. Todo se resume en que no hay bastante agua.

—El Maestro Bewt es un experto en agua —dijo Kynes. Sonrió, y siguió comiendo.