Ch3rnobyl

El ingeniero dudó, y luego miró la puerta por la que acababa de salir Jrenov.

—Le supongo enterado de que el director Zaglodin ordenó que esta tarde desconectaran el sistema de bombeo automático.

Smin frunció el ceño. No lo sabía.

—Sí, por supuesto —dijo—, para preparar nuestro experimento. Ya que ha sido pospuesto, el jefe del turno lo volverá a conectar.

—Eso supongo. Lamento lo de esta tarde, Smin.

—¿Por qué? Nuestro director a veces me saca de quicio a mí también. Lo importante es que hagas tu trabajo.

—Vendré mañana y lo verificaré una vez más —prometió Sheranchuk.

Smin asintió.

—Así estaremos en condiciones para el Primero de Mayo —dijo, y añadió—: Pienso que, en general, lo has hecho bien.

Sintió que el aire resecaba sus labios mientras hablaba. Uno de los hombres había estado de nuevo vertiendo agua sobre la cerámica caliente y el vapor volvía la sauna opresiva.

Smin ajustó la gruesa sábana en torno a sus hombros y trató de pensar en algo que alegrase al ingeniero. ¿Un chiste? Sí, claro. El que le había contado por la mañana uno de los hombres de las turbinas.

—Dime, Sheranchuk, ¿te gustan los chistes de Radio Armenia? Ahí va uno. Alguien llama a Radio Armenia y pregunta: "¿Cuál fue la primera democracia popular?"

—¿Y cuál es la respuesta? —preguntó Sheranchuk, sonriendo ya.

 —Cuando Dios creó a Adán y Eva y le dijo a Adán: “Ahora, elige libremente a tu esposa”.

 

Frederik Pohl, "Ch3rnobyl"