El gran sabio

«Los amigos —me respondió—, se mofan gustosamente de mi antigua sabiduría, y les dejo hacer. En realidad, mi sabiduría consiste en haber rechazado todas las formas de la vida. No he querido estudiar porque siempre he sabido, y esto por instinto, que muchos de los conocimientos se olvidan, muchos otros se hacen tristes a los seres y los más son inciertos y engañosos. Jamás me enamoré porque esa estúpida forma de locura que consiste en preferir a una sola criatura sobre todas las demás, siempre llevó a los hombres a la intranquilidad, a la angustia, al delirio, causándoles desilusiones y furores homicidas; por esto consideré al amor como una simple necesidad fisiológica, natural y tranquila, como la que me induce a comer un melocotón maduro o a liberar los intestinos de su molesta carga.

»Ni siquiera quise obstaculizar mi vida con la política. El amor de patria es una de las tantas infatuaciones absurdas y funestas del hombre moderno; inyecta envidias, soberbia, ira y otros pecados capitales, es un promotor de odios, es decir, de guerras, lo que equivale a decir de muertes.

»A propósito no he querido profundizar en la religión, para no añadir suplicios y tormentos. No hay más que dos caminos razonables: o negarlo todo sin discutirlo o aceptarlo todo a ojos cerrados. Por diversas razones de comodidad personal y social he elegido el segundo, y me hallo bien a gusto. Creo en todo, pero jamás pienso en nada: conviene dejar en el misterio lo que en el misterio se halla.

»Tal es, estimado señor Gog, mi verdadero secreto. Soy un renunciante universal y perpetuo, un remisionario de la vida. Rechazando todas las ilusiones y ocupaciones, todas las trampas y cadenas, he llegado a la quietud de la carne y del espíritu llamada sabiduría por los agitados y obsesionados. En eso consiste mi secreto cabal.

—Pero, resumiendo: ¿es usted feliz o no lo es? —pregunté al señor Gersolé. El gran sabio cerró los ojos y se pasó la mano derecha, a modo de peine, sobre los cabellos; los reabrió nuevamente y mirándome con fijeza, exclamó:

—No, ni siquiera yo soy feliz. Y sepa que la verdadera sabiduría no tiene relación ninguna con la felicidad, sino con la muerte.

El libro negro, Giovanni Papini