El planeta de los simios

Había muchos elementos barrocos, algunos horribles, en el cuadro que yo tenía ante mi vista, pero mi atención se centró ante todo y por completo en un personaje situado a treinta pasos de mí, inmóvil, que miraba en mi dirección.

Me faltó poco para proferir un grito de sorpresa. Sí, a pesar de mi terror, a pesar de lo trágico de mi posición, pues estaba cogido entre los ojeadores y los tiradores, la estupefacción ahogó todos los demás sentimientos cuando vi a aquella criatura al acecho, esperando el paso de la caza. Porque aquel ser era un mono, un gorila de buena talla. Aunque me iba repitiendo que me iba volviendo loco, no podía tener la menor duda sobre su especie. Pero encontrar a un gorila sobre el planeta Soror no constituía la extravagancia esencial del caso. Ésta era que aquel mono iba correctamente vestido como un hombre de nuestro planeta y, sobre todo, que llevaba las prendas con toda soltura. Esta naturalidad fue lo primero que me impresionó. No hice más que ver el animal y ya me pareció evidente que no iba disfrazado. El estado en que lo veía era completamente normal para él, tan normal como la desnudez lo era para Nova y sus compañeros.

Iba vestido como vosotros y como yo, es decir, como iríamos vestidos nosotros si tomásemos parte en una de aquellas batidas organizadas en nuestro mundo para los embajadores y otros personajes importantes en nuestras grandes cacerías. Su chaqueta de color pardo parecía haber salido del mejor sastre parisiense y dejaba ver una camisa a cuadros grandes como las que llevan nuestros deportistas. El pantalón, ligeramente bombeado por encima de las pantorrillas, se prolongaba con unas polainas. Aquí terminaba la semejanza. En vez de zapatos, llevaba unos gruesos guantes negros.

 Pierre Boulle, “El planeta de los simios”