La serenidad de un operador de radio

Si levantabas la cabeza apenas quince centímetros eras hombre muerto; el fuego era intenso. Y luego, de madrugada, sin relevo ni en nuestra parte ni en la suya, había una pausa muerta. Debió pasar que este japonés ya no pudo soportarlo más. Se levantó y gritó y chilló con todas sus fuerzas y salió corriendo hacia nuestra trinchera, esgrimiendo una larga espada de samuray. Imagino que le dispararon de 25 a 40 veces antes de que cayera.

Había un amigo conmigo en la trinchera. Pero ese japonés le había cortado toda la garganta, limpiamente hasta las cuerdas de la parte trasera del cuello. Todavía jadeaba, por la tráquea. Y el sonido que hacía tratando de respirar era horrible. Murió, por supuesto. Cuando el japonés atacó, salpicó totalmente con sangre caliente mi mano, en la que tenía el micrófono. Estaba llamando en código pidiendo ayuda. Me dicen que a pesar de lo que sucedía, cada una de las sílabas de mi mensaje llegó claramente.

The Navajo Code Talkers, Doris Paul.