Sobre el empirismo

David Hume había establecido previamente que si se siguen las reglas más estrictas de la inducción y deducción lógica para determinar la verdadera naturaleza del mundo, ha de llegarse a determinadas conclusiones. Su razonamiento seguía los siguientes pasos, que provendrían de las respuestas a esta pregunta: supongamos que nace un niño privado de todos los sentidos; no tiene vista, ni oído, ni tacto, ni olfato, ni gusto; nada. No hay forma alguna de que reciba sensaciones del mundo exterior. Supongamos que a este niño se le alimenta por vía intravenosa, y de alguna forma se cría y mantiene con vida durante dieciocho años en aquel estado. Se hace entonces la siguiente pregunta: ¿Tiene esta persona de dieciocho años algún pensamiento en su cabeza? En caso de tenerlo, ¿de dónde proviene? ¿Cómo lo obtiene? 

Hume habría respondido que esa persona no tendría ningún tipo de pensamientos, y al dar esta respuesta se habría definido a sí mismo como empirista, alguien que cree que todo el conocimiento emana de los sentidos. El método científico de experimentación es un empirismo cuidadosamente controlado. Hoy en día, el sentido común es el empirismo, ya que una abrumadora mayoría estaría de acuerdo con Hume, incluso si en otras culturas y en otras épocas una mayoría pudiera no haberlo estado. 

El primer problema del empirismo, si es que se cree en éste, concierne a la naturaleza de la «sustancia». Si todo nuestro conocimiento proviene de informaciones sensoriales, ¿cuál es con exactitud esta sustancia que parece proporcionar la información sensorial misma? Si intentamos imaginar qué es esta sustancia, aparte de lo que se conjeture, nos encontraremos pensando sobre absolutamente nada. 

Ya que todo conocimiento proviene de impresiones sensoriales, y dado que no hay una impresión sensorial de la sustancia misma, se deduce por lógica que no existe conocimiento de la sustancia. Es algo que sólo imaginamos; está totalmente dentro de nuestras mentes. La idea de que exista algo fuera emitiendo las propiedades que percibimos es sólo otra de esas nociones de sentido común, como aquellas que tienen los niños de que la tierra es plana y de que las líneas paralelas jamás se juntan. 

En segundo lugar, si uno comienza con la premisa de que nuestro conocimiento nos llega a través de los sentidos, debemos preguntar: ¿A través de qué información sensorial recibimos nuestro sentido de causalidad? En otras palabras: ¿Cuál es la base científica empírica de la causalidad misma? 

La respuesta de Hume es «ninguna». No existe evidencia de causalidad en nuestras sensaciones. Como la sustancia, la causalidad es algo que sólo imaginamos cuando una cosa sigue a otra de modo reiterado. No tiene existencia real en el mundo que observamos. Si aceptamos la premisa de que todo conocimiento nos llega a través de los sentidos, dice Hume, debemos lógicamente concluir entonces que tanto la Naturaleza como las leyes de la Naturaleza son creaciones de la propia imaginación.

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