Un verdadero embrollo mental de alguien que no se gusta

—No es tan fácil. Una vez los médicos trataron de enseñarme técnicas de respiración, pero en algunas situaciones me pongo muy nerviosa y no puedo.

—¿No puedes qué? ¿Respirar?

—Respirar correctamente.

—Pero ¿qué pasa? ¿Tienes algún problema en la cabeza? Intentas relajarte y respirar, pero no puedes. ¿Por qué?

—Es complicado.

—Explícamelo.

—Vale, muy bien, lo primero que siento cuando empiezo mis ejercicios de respiración es vergüenza. De entrada, me da vergüenza tener que practicar para respirar. No sé, es como si ni siquiera fuera capaz de hacer bien la cosa más sencilla y elemental. Como si fuera otro fracaso más.

—Vale —dijo Alice—. ¿Qué más?

—Y después, cuando empiezo a respirar de verdad, me preocupa no estar haciéndolo bien, que mi respiración sea defectuosa o algo así. Que no sea perfecta. No tener la «técnica de respiración ideal», que no sé ni qué es, pero seguro que existe. Y si no lo hago bien, siento que estoy fracasando, y no sólo en las técnicas de respiración, sino en general. Siento que soy una fracasada en la vida si ni siquiera soy capaz de hacer eso. Y cuanto más pienso en cómo debo respirar, más me cuesta respirar, hasta que tengo la sensación de estar a punto de hiperventilar, desmayarme o algo así.

Brown anotó esa palabra en su libreta: «Hiperventilar.»

—Y entonces empiezo a pensar que, si me desmayo, alguien me encontrará y se montará un lío y tendré que explicar por qué he perdido el conocimiento sin motivo alguno, y tener que explicarle eso a alguien es una estupidez, porque el otro cree que está siendo un héroe, que me está salvando de una lesión importante, de un fallo cardíaco o algo así, y cuando descubre que lo único que me pasa es que he perdido los nervios respirando, en fin, se lleva una decepción. Se les nota en la cara, te miran en plan: «Ah, ¿sólo eso?» Y entonces empiezo a ponerme histérica por no haber estado a la altura de lo que esperaban, por no sufrir una enfermedad grave o una lesión seria, porque resulta que mis problemas, según una lógica perversa, no son lo bastante graves como para merecer una atención que ya se arrepienten de haber prestado. Y aunque no llegue a pasar nada de eso, yo lo veo todo en mi cabeza y la mera posibilidad de que ocurra me provoca tanta ansiedad que ya es como si hubiera pasado. Tengo la sensación de experimentarlo de verdad, ¿sabes? Como si algo pudiera parecer real aunque no ocurra. Seguro que crees que estoy loca.

—Sigue contando.

—Vale, bueno, pues incluso si logro cierto grado de paz y relajación aplicando milagrosamente las técnicas de respiración de manera correcta, resulta que sólo disfruto de esa felicidad unos diez segundos y ya empiezo a preguntarme cuánto rato va a durar esa relajación tan buena. Y entonces me preocupo porque pienso que no seré capaz de hacerla durar lo suficiente.

—¿Lo suficiente para qué?

—No sé, para conseguirlo. Para hacerlo bien. Y con cada segundo que paso sintiéndome objetivamente feliz, estoy un segundo más cerca de fracasar y de volver a ser mi yo esencial. La metáfora que me viene a la mente para explicar esa sensación es la de estar caminando sobre una cuerda floja sin principio ni final. Cuanto más rato pasas ahí arriba, más energía necesitas para no caer. Y al final te asalta una especie de melancolía y una sensación de fatalidad, porque por muy buen funambulista que seas, tarde o temprano caerás. Sólo es cuestión de tiempo. Está garantizado. Por eso, en lugar de disfrutar de la sensación de relajación y felicidad, me entra un miedo enorme al momento en que dejaré de sentirme feliz o en paz. Y ese miedo, claro, es justo lo que aniquila la felicidad.

—Por Dios.

El Nix. Nathan Hill.