El safari

 Se acercaban las fechas de las vacaciones y bien sabía que volvería a salir el mismo tema.

Él intentaba eludirlo el mayor tiempo posible con la esperanza de poder esgrimir la excusa de que ya era demasiado tarde pero finalmente fue su esposa quien lo sacó durante una cena al aire libre, en el jardín. -Bueno, ¿y dónde os gustaría ir de vacaciones este año? -¡De safari!- respondieron los trillizos al unísono.

Se dio cuenta de que sus esfuerzos iban a ser en vano pero aún así lo intentó: -Uy, safari, es un viaje muy largo… ¡y caro!, tendrían que ser menos días entonces, ¿no sería mejor una larga temporada en la playa? -No importa -Da igual -Sí, da igual. Su madre contemplaba el brillo de la ilusión en sus ojos con una sonrisa de consentimiento y él veía que la situación iba a terminar justo donde quería evitar.

-No, no, demasiado peligroso, además. Tal vez cuando seáis más mayores. -Jooo… Los lamentos resonaron contra el silencio y dejaron paso a algunos grillos lejanos. -Han mejorado mucho la seguridad… Lo afirmaba mientras ponía la mano en el brazo de él. -Y esta cosecha ha sido muy buena. Añadió. -¡Oh! ¿no me digas que tú también quieres que vayamos?- en realidad lo sabía perfectamente.

-Hay accidentes cada dos por tres, esos animales son peligrosos, no es ningún juego.

-Nos portaremos bien. -cumpliremos todas las normas… -...y haremos lo que nos diga el guía.

-No se puede negar que se merecen un premio- remató ella.

Era cuestión de tiempo, de repente todo el mundo hablaba de ello y parecía no haber otro tema de conversación a todas horas del día. -¿De verdad quieres ir? -Podría estar bien. Se besaron, con algunas protestas.

-Más vale que hagáis exactamente todo lo que os digan, ni se os ocurra olvidaros, aquello es la selva y en un descuido… -Lo saben bien- le cortó ella con tono paciente ante sus objeciones -se portarán bien, siempre lo hacen. O casi siempre. Uno de los trillizos desvió la mirada a un lado.

-…Y en estas fechas, va a costar una fortuna...- aún se lamentaba por perder la oportunidad de una larga temporada ante el relajante batir del mar. -Ya verás como te va a gustar, no conozco a nadie que se haya arrepentido. -Está bien...- estallaron pequeños y estridentes júbilos -pero… las próximas iremos a la playa. -Sí, sí, sí, sí…

Abrió su agenda y al final del sía siguiente, tras las obligaciones, anotó, “comprar billetes a La Tierra”.