Invisible

Una gota de sudor salado en franco descenso, se rascaba la espalda en la mejilla de Alberto cuando decidió robar el banco. 

No es que fuera un experto en el tema pero lo venía estudiando desde hace largo rato. 

Sabía los movimientos de todo el lugar. Los guardias deambulaban de a dos; haciendo un mini paseo por la zona cada 45 minutos. En la esquina, el diariero que se encontraba en su puesto, era el único testigo aunque el problema de baja visión con el que cargaba; no le presentaba un problema ya que solo le mostraba manchones de colores. 

La mañana gris, la llovizna suave y las hojas doradas desmayándose desde las copas de los arboles le daba al momento un marco de espectacularidad único. 

La alarma apenas imperceptible sonó al fondo del bolsillo derecho del pantalón de Alberto. Lanzó un suspiro y luego hizo solo dos movimientos. Con el primero pospuso la alarma sin mirar, tomaría mas tarde su medicación. Con el segundo sacó del bolsillo trasero, acariciando la pana con las yemas de los dedos, una foto arrugada de Maira; se conocían relativamente hace poco tiempo, a juzgar por los años de vida de ambos que superaban los 80. Conversaban cada día pero nada oficial. El intentaba dar siempre un paso más pero ella apenas podía mantenerse unos minutos de pie. Jamas salía.

La observó, besó el rostro áspero de papel y volvió a guardarla. Acomodó su boina de paño ceniza dejando apenas visible la mirada; prendió un cigarrillo aunque el no fumara imitando algunos personajes de películas de atracos que había visto en la ultima semana y avanzó mientras por el rabo del ojo izquierdo controlaba a los policías alejándose. 

¡Es una locura!- pensó a la vez que imaginaba como le dolerían las articulaciones cuando lo detuvieran los efectivos policiales pidiéndole que se pusiera de rodillas. El humo lo hizo soltar una tos de perro viejo. Tiró el pucho y comenzó su trabajo. 

Había burlado la seguridad, se sentía invisible. 

Del interior del gabán sacó las herramientas necesarias para llevarse el botín. No precisaba mucho, solo lo suficiente para lograr ser feliz los últimos años. Tenía que darse prisa ya que el banco iniciaba actividades mas que nada al mediodía. Eran las 10:30hs, a Alberto no le gustaba madrugar.

Costó, pero lo logró. Hasta tuvo tiempo de hacer un chiste diciendo “Debo estar muerto y por eso nadie se da cuenta”. Huyó del lugar sin percatarse de las cámaras que lo habían filmado todo. Sus ojos inyectados en sangre daban muestra del peso con el que cargaba. Algunos vecinos lo observaron pasar… 

-¿Quiere que lo ayude? – Dijo un niño que no recibió respuesta de Alberto. 

El corazón le pedía por favor escapar del cuerpo. Cuando llegó a su casa se ubico debajo del árbol a descansar. 

La pareja de policías lo había observado todo el tiempo sin poder creer lo que ocurría. Por si fuera poco Alberto había dejado el rastro de dos lineas perfectas hasta su guarida. Cuando estos llegaron se encontraron con la pareja bajo el Jacarandá teniendo su primera cita; en el patio del hogar de ancianos. Al fin Maira podía salir sin tener que estar de pie. 

Alberto había robado el banco de la plaza para ella y hasta hoy, nadie vio nada.

Bruno Traversa

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