En 1912 un politólogo bielorruso, Moisei Ostrogorski, criticó el sistema de partidos políticos como vehículo de la participación ciudadana ya que, lejos de facilitar una respuesta racional a los problemas sociales, lo único que los partidos deseaban eran adhesiones religiosas en su búsqueda de poder. Para captar seguidores enfocaban sus misivas hacia las emociones de la ciudadanía y no hacia la razón, lo que en modo alguno facilita la solución de los conflictos o la implantación de políticas adecuadas.
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